Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
¿Por qué nadie debe faltar el próximo sábado 28 al Pregón de los Reyes Magos?
Confabulario
La muerte de Ibáñez, tratada por nuestros compañeros con la melancolía oportuna, nos trae a la memoria el mundo breve del kiosko, donde la obra de Ibáñez, y la de tantos otros, tomó cuerpo mortal, para difundir la buena nueva del colorín y el humor, de la aventura y el misterio, entre la infancia más o menos ilustrada. Naturalmente, uno no quisiera ponerse lírico y evocativo con estas temperaturas; pero sí es cierto que es difícil concebir, a la vista de los actuales kioskos, la espléndida frondosidad que aguardaba al esperanzado cliente, cuando se acercaba a preguntar por el último tebeo de Mortadelo o de Spiderman, o ya más talluditos, los nuevos números de Muy interesante, El Jueves, Conocer, Mundo científico, Revista de Occidente, o cualquiera de los clásicos que se editaban, decorosamente y a buen precio, cada semana. Y como es lógico, los periódicos: fragantes, ordenados, irresistibles.
Todo esto aún lo encontramos en algún kiosko, pero ya como residuo de otra hora más alta, que fue la hora del papel prensa y de las grandes ediciones populares, donde muchos empezamos a leer, desde Cela y Sartre a Bertrand Russell y Einstein. Si existe una imagen concreta, valedera, expresiva de la cultura popular, es aquel acceso masivo a la excelencia cultural, por obra de las economías de escala. Ese mundo modesto, entre innumerables estrecheces y un escueto sueño de confort, es el que encontraremos en Ibáñez. El sueño, siempre aplazado, de la prosperidad; pero también, y con igual intensidad, la voluntad de sobreponerse y resistir, en espera de tiempos más clementes. El hecho de que Ibáñez, Escobar y Vázquez (por ceñirnos a cierta idea de costumbrismo), concibieran la realidad como una realidad adversa, cauterizada por el humor, distorsionada por la caricatura, humanizada por la inocencia a trompicones de sus protagonistas, es un extraordinario resumen, tanto de la sociedad retratada, como de un mundo en trance de modificación, gracias a estas vías, en apariencia inocuas. En tal sentido, Pepe Gotera y Otilio eran, a un tiempo, la caricatura y el tipo humano que las leía, riéndose de sus propias hazañas. Sin duda, en esa risa hubo mucho de melancolía; pero también, y en el mismo hecho de leerlo, un algo de refutación o de conjura.
Viendo reír a un hombre que leía, sentado en las gradas del viejo alcázar, Felipe IV dijo de él que “o era un loco o estaba leyendo El Quijote”. Muchos de los locos de hoy, antes hemos reído cuerdamente, durante horas inolvidables, con los personajes de Ibáñez.
También te puede interesar
Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
¿Por qué nadie debe faltar el próximo sábado 28 al Pregón de los Reyes Magos?
Envío
Rafael Sánchez Saus
Luz sobre la pandemia
Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Los que manejan el mundo
Crónica personal
Pilar Cernuda
Felipe VI: su mejor discurso