Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Ramón Castro Thomas
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Según la RAE, la palabra idiota viene a significar: tonto o corto de entendimiento; engreído sin fundamento para ello; que padece de idiocia (trastorno mental caracterizado por una deficiencia muy profunda de las facultades mentales, congénita o bien adquirida, y en el cual la persona tiene un desarrollo físico normal y una edad mental que no sobrepasa los tres años) y, por último, persona que carece de toda instrucción. Pero lo realmente interesante del término aparece cuando averiguamos que proviene del griego y que se utilizaba, en la Antigua Grecia, para referirse a aquellos que no se ocupaban de los asuntos públicos, sino sólo de sus intereses particulares. Algo muy mal visto en la vieja democracia ateniense, puesto que los griegos consideraban que el implicarse en los asuntos de la ciudadanía era un honor y faltar a ese deber les resultaba del todo incomprensible. Para ellos, participar en la vida política beneficiaba a todos y el poder hacerlo era, justamente, lo que diferenciaba al ciudadano libre, del bárbaro. En el arranque de una nueva campaña electoral, y con la sombra alargada de una importante abstención, escucho más de lo que quisiera, la ya manida frase de: “Paso de votar, no me interesa nada la política”. Otro idiota en ejercicio –me digo– acordándome de los griegos y de su muy lúcida definición. Lo malo, y peligroso, es que estos idiotas andan últimamente muy crecidos y empiezan a sumar adeptos. Y vete tú a tratar de hacerles ver la falta de conciencia que rezuma el mantener semejante posición. Agarrados a cuatro frases que han oído en la tele o en las redes y azuzados por entornos de amigos, colegas y familiares, con baterías mentales en parecidos niveles, tratar de explicarles cómo la política incide decisivamente en su día a día, es como hablarles de Asimov y los cuerpos celestes a los niños de una guardería. Si no te conocen, cambian de tema rápidamente y, si eres amiga, te escuchan con cara de ofú-que-pesada-se-pone-esta, mientras compruebas, una vez más, que siguen a lo suyo y les da igual ocho que ochenta. Ya decía Bertolt Brecht que el peor analfabeto es el analfabeto político. “Aquel que no oye, no habla, ni participa en los acontecimientos políticos. El que no sabe que el coste real de la vida depende de las decisiones políticas. Es tan animal, que se enorgullece e hincha el pecho al decir que odia la política. No sabe que de su ignorancia proviene (…) el peor de los bandidos, el político aprovechador, embaucador y corrompido”. Lo dicho: idiotas, de libro.
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