Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
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En tránsito
Escuchando a los Grateful Dead, que es una forma muy agradable de dejar pasar la vida, repaso el discurso de la alumna que abroncó a Ayuso en la Facultad Complutense. "Yo soy feliz, chicos", dice esta alumna al final del discurso, un discurso cargado de odio y de lugares comunes y de un absoluto desprecio a la sintaxis y a los conocimientos ("titulitis", los llama). Es asombroso. ¿Feliz? Más bien se diría que está chica sufre un dolor incurable. Y el problema es que no sabemos de dónde puede surgir. Por lo que hemos leído, esta chica estudió en un liceo privado que costaba entre 300 y 700 euros mensuales, de modo que no parece que tuviera problemas económicos ni que hubiera tenido que estudiar con becas o trabajando de cajera en un Mercadona (ese impío templo del canibalismo capitalista, según la reverenda madre Belarra). No, para nada. Entonces, ¿de dónde surge ese odio al adversario político? ¿De dónde surge ese temible desdén por la libertad de expresión y la libertad de creación? Porque, recordémoslo, esta alumna de Ciencias de la Información cree que el cine debe ser político, es decir, debe ser activista, o dicho de otro modo, debe ser un cine puramente propagandístico (y al servicio de las ideas de ultraizquierda, se entiende).
Es escalofriante. Si esta chica tuviera conocimientos de Historia -no parece tenerlos-, se daría cuenta de que su discurso reproduce fielmente el odio desbordante de consignas ideológicas de los guardias rojos de Mao en los felices tiempos de la Revolución Cultural China. O si hubiera leído 1984 (seguro que no la ha leído), se habría dado cuenta de que ella misma es como esos zombis ideológicos que participan en "los dos minutos de odio" instituidos por el Gran Hermano para gritar contra los disidentes ideológicos. De hecho, ahora que caigo, esta chica sería una magnífica comisaria de policía. De la Policía del Pensamiento, por supuesto.
Que una periodista con la mejor nota de su promoción manifieste una repugnancia indisimulable hacia la libertad de expresión es un hecho más terrorífico aún que todas las películas de las sagas Hatchet y Saw y Hostel (y añádanle Holocausto caníbal). Es fabuloso. Imaginen que este discurso lo hubiera pronunciado un fanático de ultraderecha. Imaginen que la abucheada hubiera sido Irene Montero. Imaginen, amigos, imaginen.
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