Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
La esquina
Los últimos tropiezos del Gobierno, ciertamente estrepitosos (pacto con Bildu, caso Marlaska), han desdibujado la importancia de su acierto: el Ingreso Mínimo Vital, que estaba incluido en el programa de la legislatura firmado por PSOE y Podemos y cuya aprobación se ha visto precipitada por el coronavirus y su repercusión social. Que era una medida necesaria y oportuna lo confirma un dato: casi un millón de personas consultó en un día el simulador puesto en marcha por la Seguridad Social para comprobar si cumplían los requisitos legales exigidos para percibirlo.
Estas siglas, IMV, nos van a acompañar por mucho tiempo. Ponen letras a una música de solidaridad nacional con los más dañados por la pandemia y la crisis, las 850.000 familias más vulnerables, aquéllas cuyos ingresos ya no es que no les permitan malvivir, es que no les dan para vivir. Son muchos porque la pobreza severa en que están instalados es casi el doble de numerosa que en la Unión Europea (la sufre más del 12% de los hogares españoles). Es lo que tuvo que hacerse, y no se hizo, durante la crisis económica de 2008. Nadie debe quedarse totalmente descolgado en un país que está entre los veinte más ricos del mundo. Ni siquiera es cara la renta mínima: tres mil millones de euros al año. Menos de la tercera parte de lo que reciben los pensionistas en un mes.
La entrada en vigor del IMV no ha podido librarse de un estigma de nacimiento: el PNV ha logrado que su gestión en País Vasco y Navarra se le atribuya a los gobiernos de las dos comunidades. Esto es marca de la Casa, de la Casa Sánchez. Pero se trata de un problema menor, que se solucionará en poco tiempo. Más relevante me parece que cada Gobierno que vaya a gestionarla sea capaz de perseguir el fraude que sobrevuela a esta iniciativa (es un acicate irresistible para la economía sumergida) y que los servicios de empleo funcionen con más eficacia que hasta ahora para que se cumpla una condición básica de estas políticas de rentas mínimas garantizadas: ayudar a quienes se encuentran en peor situación mientras buscan empleo, no perpetuarlos en la necesidad y en la pobreza. Cada pícaro que la cobre sin merecerla supone una persona decente más que queda abandonada.
El Ingreso Mínimo Vital es vital por partida doble. Vital para esos cientos de miles de familias que no tienen por qué quedarse en el camino y vital para la cohesión social y territorial de España.
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