Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Crónica personal
SON múltiples los casos de distanciamiento con Marruecos que han tenido serias consecuencias. Hay que andarse con tiento cuando altos cargos programan viajes a los campamentos del Polisario, también con las declaraciones sobre la independencia del Sahara y mucho más todavía con traer a España, de tapadillo, a dirigentes del Polisario, como se ha hecho con Ghali.
Si además de tensar la cuerda con Marruecos, el Gobierno español no es capaz de atraer el interés de Estados Unidos, la cosa se pone complicada. No sólo porque la Casa Blanca y el Departamento de Estado disfrutan ninguneando a los presidentes remisos a reconocer el poderío de Washington, como le ocurrió a Zapatero o, en el caso de Sánchez, porque pensaba que no tendría consecuencias formar un gobierno con comunistas. A Sánchez no le importaba que Trump le considerara un personaje irrelevante, porque Trump no provocaba excesiva admiración, pero sí ha sufrido en sus propias carnes la constatación pública de que Biden no tiene el menor interés por el actual presidente español. Aparte de las escenas humillantes que todo el mundo conoce, España se encuentra ahora con que Estados Unidos ningunea a España, en favor de Italia y de Marruecos, en aspectos de gran calado militar.
La Fuerza de Reacción para África que se encuentra en la base de utilización conjunta de Morón va a ser trasladada a Italia, y además Estados Unidos piensa instalar el Africom en Marruecos, en la costa cercana al antiguo Sahara español. El Departamento de Estado se ha apresurado a indicar al Gobierno y a las autoridades militares que no se trata de una decisión política, sino de operatividad, pero es difícil creer que el traslado de las actividades de Morón a Vicenza, o la nueva base americana en territorio marroquí, se hubiera producido si fueran más fluidas las relaciones del Gobierno con el de Estados Unidos; y si además el Ejecutivo mantuviera también mayor cercanía con el rey Mohamed VI, que es quien hace y deshace en política interior y exterior de su país.
Cada vez que un político cercano al Gobierno defiende al Polisario, y más si lo hace un comunista que forma parte del Gobierno, en Rabat toman buena nota, y lo sufren los pescadores españoles, los ciudadanos de Ceuta y Melilla y los muchos empresarios españoles que han apostado por Marruecos. Sólo los servicios de Inteligencia y policiales de Marruecos procuran que las tensiones con Madrid no afecten a la colaboración en la lucha contra el terrorismo y contra las mafias ilegales de la inmigración, de una solidez que va más allá de los problemas políticos.
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