Jerez Íntimo
Marco Antonio Velo
Navidad 1949 en Jerez: Gerardo Diego, Fernando J. Peña, José Argudo Romero…
Alfa: Lo dejé escrito por suelto hace un porrón de años. En algún escondite cibernético a propósito del Jerez Industrial. El industrialismo extracta descomunalmente –con su acento de marfil, con su sesgo de pergamino, con su bozo adolescente- el verso de García Lorca: “Sólo tu Sacramento de luz en equilibrio que salva corazones lanzados a quinientos por hora”. El industrialismo es charla a las dos de la tarde de los sábados de finales de los setenta en los mostradores de Paulino –esquina Bizcocheros con Gaspar Fernández- cuando Luis García Segura ya plantaba entre calé y calé el papelón de tacos de jamón (“¿Te pongo una Fanta, niño?”) y Juanito el Médico hablaba con predicamento de la praxis de la cantera. El industrialismo es mancomunidad de idearios, trabazón de almarios, reflejo e iris, amistad sin paliativos, beso generacional, un chutazo (léase: vejigazo o cañonazo) en el patio del colegio creyendo que eras Miguel o Pajuelo o Cabral, temple y técnica, pundonor y bonhomía, susurro de lágrimas, aprensión y aprendizaje. ¿El industrialismo? Una rosa junto a dos borceguíes.
No me pidáis, lectores, ni siquiera la mera aproximación a este latido de los hondones de la emoción que ahora se desata como el lamento templado de la guitarra. No me pidáis teoremas ni explicaciones. Porque el industrialismo no desciende a la facultad de la escritura. Porque bruñiré de ufanía los códigos impenetrables de la esencia de un sentimiento puro y limpio como los chorreones del silencio que todo lo dicta. Porque precisaría de un manual de los memoriales del gozo de los chiquillos que nos abrazábamos al germinar de la vida, al asomo de nuestra existencia, desde los escalones duros del antiguo Estadio Domecq…
Ayer domingo 16 de mayo del corriente año 2021 un crío -empapado en lágrimas, con llanto de corazón encogido- hizo el saque de honor sobre el césped que olía a necrológica entre aplausos. Su papá había fallecido días antes en un fatídico accidente laboral. Para quienes ovacionaban desde las gradas altas de la nostalgia el fallecido era nada más y nada menos que el bueno de Pedro Garrido: el presidente. El Industrial siempre fue una institución agradecida. La emoción zigzagueó en volandas sobre el Estadio Municipal de La Juventud. La muerte es como exhalación sin haz ni envés. Pedro Garrido sabía que el industrialismo es un continuo amanecer. Él también estuvo ayer - en espíritu y en verdad- animando al equipo de sus amores desde una tribuna de excepción, allí donde la rayas de la camiseta sí que son azul cielo y blancas como las nubes altas que dan redondez y eternidad a lo tremendamente bello.
Beta: ¡Qué buena mujer acaba de abrazarse a la Virgen de la Amargura! Ella, Mercedes Alarcón Junquera, tan desprendida con los suyos, tan ejemplarizante como esposa y madre y abuela, tan señora y tan empática, tan discreta, tan dada a los demás en una entrega incondicional de servicio al por mayor. Mercedes Alarcón. Quienes la conocieron lo saben. ¡Dio tanto amor! Esas manos de biberones, ese saber estar junto a su marido -Juan Pedro Cosano Alemán- en los bancos de los Descalzos, esa concepción paradigmática de la familia como razón de ser. Como razón del ser. Personas así construyen sociedad y mejoran la calidad humana de quienes habitan a su alrededor. ¡Un abrazo fortísimo -otro más, después de la pronta marcha de José Ignacio- para todos los Cosano, muy especialmente para Juan Pedro, Lele, Maribel y Álvaro! Post scriptum: artículo aparte merece la virtud sin parangón -ese don divino- de Mercedes para ofrecer la mejor carne mechada que jamás ha probado boca universal. ¿Estoy en lo cierto, Álvaro? ¿Lo corroboras, Eugenio Camacho? ¿Tú lo confirmas, José Diego Marín? ¡Qué bocadillos aquellos con la manteca blanca rebosante en surcos como manjar para jovencillos que estudiábamos Latín en el siempre acogedor hogar del Arroyo!
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