Marco Antonio Velo
Jerez, 18 de diciembre de 1953
La Semana Santa, según la universal concepción andaluza, es barroca por los cuatro costados de su canastilla que avanza de costero a costero. Pura metáfora del gozo. Y, por ende, voluta conceptual de claroscuros. Intenso realismo y magno contraste de luces y sombras. Como un Caravaggio a las andaluzas maneras. Con sus trazos de adaptabilidad de generación en generación. Como un Rembrandt en el anticipo del lienzo donde el supremo conocimiento de la iconografía clásica ya atisba la tragedia de una escenografía capaz de conmover a propios y extraños. La Semana Santa es contraste, como una ronda de dualidades. Manual de ritos prohibidos para neófitos. Entre la párvula iniciación y el testamentario legado. Niño que germina a la existencia y herencia de los hermanos difuntos. Inicio de cruz de guía y término de la pregunta que dibuja en el aire los brazos -signos de interrogación- de un candelabro de cola. Manos de biberones de un bebé ya revestido de nazarenito y manos arrugadas que alzan los cirios del último tramo del cortejo de la Virgen…
Silencio y corneta, blanco y negro, nietos y abuelas… Aquí nada es permisible ni permutable por todo. En tanto coexiste un canon no escrito que dicta el modo de hacer las cosas y las variantes del sentido de la medida. De ahí que desentonen tantísimo los intrusos y los noveleros. Y los advenedizos, los oportunistas y los casposos recalcitrantes. Estas premisas también dimanan y emanan de un código barroco en el proceder cofradiero. Nada responde a la casualidad ni a un íntimo furor de lucha de contrarios ni a los remedios y dictámenes de la divina providencia. Los cofrades aman -a destajo- la vida. Y pugnan con uñas y dientes por su dignidad. De modo que lo identitario también será vitalicio. Por esta razón, en Semana Santa, la luz siempre vence a las tinieblas… Se pongan como se pongan -¡y caiga quien caiga!- los enemigos de esta gloriosa tradición -quienes a menudo también colean de puertas adentro-.
En dicha dualidad asimismo prevalece la biografía del cofrade entregado durante décadas a la causa de la Hermandad y, por el contrario y en contraposición, la hora nona de su muerte. Vitalidad frente a exequias. Tempus fugit. Sangre y ceniza. Cuando muere un cofrade, la hermandad se vuelca. Porque las cofradías -como instituciones cuya coherencia supera al paso efímero de las personas- son por lo común agradecidas. Ningún tipo de asociación rinde mejor tributo a la memoria de quienes fueron seña -de quienes entregaron buena parte de lo mejor de sí durante una larga etapa- que las cofradías. Y precisamente en el Viernes Santo de esta Semana Santa 2024 -tan pasada por agua- avivamos el recuerdo por un cofrade recientemente fallecido: José Sánchez Caballero. Para quienes fuimos niños del barrio de San Pedro de la década de los setenta, y primeros años ochenta, nos referimos a su vez a Pepito el carnicero (por su establecimiento abierto en calle Bizcocheros). Despachaba a su fiel y siempre creciente clientela con primor y celeridad. Y mucha cercanía. En aquellos dorados años de la calle Bizcocheros -auténtico centro neurálgico de la ciudad-. Sánchez Caballero era, de por sí, el mayordomo del Huerto. Entregado de lleno a las faenas de la buena gente de Santo Domingo. Un clásico de entonces.
Decir Pepito el carnicero, de manera coloquial, era referirnos indefectiblemente a los cofrades del Jueves Santo que abrazaron tan hospitalariamente, en su casa, en su seno, a la Hermandad de Loreto cuando las obras de la iglesia de San Pedro obligaron al temporal traslado a la sede dominica -gracias, cómo no, a las eficaces gestiones realizadas con tiento, entre otros, por el gran Ignacio Rodríguez Leonardo-. Años de mucha cercanía humana y ninguna distancia cibernética. José Sánchez Caballero ha fallecido cuando la Cuaresma ya contabilizaba la cuenta atrás de una nueva Semana Santa. Hoy publicamos una fotografía histórica. Grupo de cofrades del Huerto con motivo, en el año 1969, de la compra de los candeleros de la candelería a la Hermandad de la Coronación de Espinas. Eran noventa y cuatro piezas de serie. Sería sustituida en los años noventa “por otra en la que parte de la misma es de los talleres Viuda de Villarreal y otra de Orfebrería Los Seises”.
La imagen tiene sabor. Un amplísimo grupo de cofrades legendarios de la Hermandad del Huerto. Sirva esta columna de homenaje a todos ellos. Entre otros podemos nombrar a Juan Romero Palomo, José Moreno Alonso, Juan Escandón Molina, Antonio y Domingo Asenjo Agarrado, Antonio Asenjo Salazar, Pedro Serrano, José Sánchez Caballero, José Luis Romero Reina, Ignacio Rodríguez Leonardo, fray Domingo Campos López, Rafael… La historia de la Semana Santa de Jerez no se concibe sin algunas de las personalidades reseñadas. Tales como, por ejemplo, José Moreno Alonso. O el inolvidable fray Domingo, quien merece capítulo periodístico aparte. Ahora que la lluvia hace estragos en una Semana Santa atípica, apelemos a la prelación de la remembranza. Al acopio de la memoria. Y hoy no suspendemos la salida -a la palestra- de una loa in memoriam. Descanse en paz José Sánchez Caballero, Pepito el carnicero del barrio de San Pedro y mayordomo del Huerto de un tiempo ido que jamás desaparecerá por el desagüe del olvido.
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