El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Espectacular es el adjetivo que, como un natural prontuario surgido de los hondones de la piedad popular, más -por veces- se repitió durante la mañana temprana de este pasado martes ya anclado -y nunca mejor dicho tratándose de Quien se trata- en la Historia local cuyos lazos de seda natural unen a la corporación nazarena de la Madrugada Santa con el centro educativo de uniformes blanquiazules. Pongamos que hablamos de la Yedra y del colegio Madre de Dios. Esos días azules y ese sol de infancia, tan de Antonio Machado. Esa ambivalencia de la Fe. Ese quite por verónicas del ensueño -esmerilado de testimonios- color verde esperanza de la gente sencilla -esencia y virtud- de nuestro Jerez nada caduco. Al alba sería cuando la claridad libró el plomizo litigio contra la sombra. Y un ascua de alquimia doctrinal recompuso las dubitaciones de la amanecida. Jamás estalló entonces el cráter del tiempo. Y sí la dulce sinfonía de cuanto san Juan Pablo II vierte en la carta encíclica ‘Redemptoris Mater’ sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina: “La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magníficat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las Vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria: Proclama mi alma la grandeza del Señor,/ se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador;/ porque ha mirado la humillación de su esclava./ Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,/ porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí;/ su nombre es santo/ y su misericordia llega a sus fieles/ de generación en generación”…
Ya sabemos cómo la Esperanza ama a los niños. Esto bien lo saben Rafael Rueda, Enrique Otero, Mercedes Aleu, Manolín Hurtado, César Augusto Díaz, Ildefonso Roldán, Paqui y Amparo Cortijo, Ana Rodríguez… En la peripecia de la era digital -donde la realidad virtual flamea toda una ordalía de artificialidad- conmueve la mirada de un chiquillo proyectada sobre la encarnadura de la Reina de la Plazuela. Aquí no subyace la plastificación de cualquier apostura. Ni miserias infames ni patrañas urdidas sin escrúpulos. Ante la Amantísima Titular de esta cofradía no “gritó la voz desde lo negro”, por consignar un verso de José Manuel Caballero Bonald. Como también así el canto poético de Gerardo Diego: “No, déjame mirarte, contemplarte/ a través de mi carne y mi figura,/ de historia de mi vida y de mi sueño”. Siempre que la Santísima Virgen sale a la calle Sol se produce como un mesiánico fuego blanco de zarza. Y reluce en el interior del barrio como un crujido de letra sobre las tablas de los Mandamientos de Dios. Y regresa Pemán con las páginas bien plumeadas de su obra exaltadora de la Suprema Contemplativa: ‘Lo que María guardaba en su corazón’. Ramón Gómez de la Serna hubiese terciado con una greguería para redactar “más detalles inaugurales”. La Hermandad de la Yedra y el colegio Madre de Dios han acertado de pleno. También la religiosidad precisa de la fortaleza de la alianza transversal.
Espectacular, sí, iba la Esperanza. Saya de tisú de plata bordada en oro por Esperanza Elena Caro, fajín militar, tocado de encaje de Bruselas tipo duquesa y manto color berenjena bordado en oro por Fernando Calderón, en su pecho broche de plata chapado en oro regalo ex profeso para su Coronación de la Hermandad de las Viñas y cruz de plata chapada en oro con piedras amarillas, también regalo de la Coronación de la Hermandad de las Tres Caídas. En su mano derecha, pañuelo de encajes de Bruselas y ramo de azucenas de plata y, en la izquierda, rosario de filigrana de plata chapado en oro con perlas verdes y anclas donado por María Pepa Ortega… Sobre el fajín, ancla de plata de ley con hojas de yedra donado por el vestidor César Díaz López -cofrade mariano donde los haya- y broche de oro con la advocación Esperanza donado por varios hermanos jóvenes en la década de los 70 del pasado siglo. La parihuela cargada por alumnos del centro educativo vicenciano. Entonces se reabre como una concordia de siglos entre el cielo y la tierra. Más de 700 niños a las plantas de la Esperanza. La milagrosa urdimbre que ya asentara Rabindranath Tagore. La Virgen ha permanecido desde entonces tres noches y cuatro días en el corazón colegial de ecos de algarabía infantil a la hora matutina del recreo, de visitas a solas y a título personal de hermanas igualmente de otras cofradías también de la Noche de Jesús, de chaveas que afinan la melodía de los sentimientos más inocentes y puros, como una ofrenda de amor siempre limpia y prologal. La Hermandad de la Yedra ha añadido una iniciativa del todo laudable a sus anales. Para crear cantera. Párvulas bocas han rezado juntando las manitas del destino. Aquel que dibuja capirotes verdes en la Carrera Oficial de la vida…
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