Jerez: el tiempo, Tomás, Cynthia e Ignacio

Cynthia e Ignacio se dieron el “sí, quiero” este pasado sábado en la iglesia de San Francisco.
Cynthia e Ignacio se dieron el “sí, quiero” este pasado sábado en la iglesia de San Francisco.

02 de octubre 2023 - 02:20

Alfa: A medida que cumplimos años por veces en mayor medida parpadea la luz de neón del sensitivo título poético de José Manuel Caballero Bonald: “Somos el tiempo que nos queda”. El tiempo -como milagro y no como concepto- constituye el más poderoso y personalizado obsequio que Dios nos regala en la rueda de la fortuna de cada nuevo amanecer. El tiempo cosido a las manivelas de la salud. El tiempo machihembrado a la glándula fonética de la felicidad. El tiempo que pugna con zarpazos de tristeza. Memento vivere. No tendríamos que apelar a la conjuración de Venecia para asumir cuanto Francisco de Quevedo -aquel artista capaz de domeñar a su antojo la fertilidad del lenguaje- afirmaba a secas: toda bicoca tiene algo de milagroso. Definamos bicoca como una situación favorable. ¿No lo es la vida -tan hilvanada de aprendizajes, de comparecencias ante el galimatías del futuro, de magnánimas adivinaciones, de búsquedas ajenas a tentativas cabalísticas, de hallazgos, de interrogantes que se descifran bajo el agua bendita del amor, de alegrías que sucesivamente brotan como los girasoles en las ráfagas visuales de un nuevo desplazamiento-, no es la vida, sí, un regalo que a menudo desaprovechamos en tanto confundimos lo esencial con lo accidental para, de paso, perder miles de horas -y energía a borbotones- de nuestra finita existencia en ejecutar pamplinerías, abocetar apariencias (vanitas, vanitatis), marear la perdiz y malbaratar la trayectoria vital -nuestra misión- que consiste en lograr ser quien verdaderamente somos? Y esto porque caemos con extrema facilidad en la rebujina de las circunstancias, en la pérdida del foco, en la preponderancia del qué dirán, en el ultimátum que otros (nos) imponen, en la escotilla de la soberbia -propia o la ajena que nos teledirige- mientras jugamos ridículamente a creernos semidioses, diezmadas virutas de hopalanda, superhombres. Sin embargo, la vida pasa -como una exhalación, como el Correcaminos animado de la Warner Bros., como la letra de la sevillana de Romero San Juan- mientras nuestra autobiografía se difiere, se infiere, se difumina, se pertrecha: “todas las cosas son ajenas, sólo el tiempo es nuestro”, Séneca dixit. Ya escribía el citado Quevedo, en su epístola a Manuel Serrano del Castillo, que “todos los días muestran cuán nada somos (…) ¿Cuál criatura más hermosa que el sol, y con tanta apariencia de eterna? Y todos los días le vemos nacer y morir, y su tarea es pasar de la cuna a la tumba. ¿Qué ocupación tiene la razón y el discurso en el hombre, que cuando teme que ha de morir, no conoce cuánta parte suya y de su vida es muerta?”.

En efecto existen ojos inhábiles para recibir la realidad del tempus fugit. El clásico predijo que es malicia perder nuestro tiempo en batallar contra lo trivial, contra nuestras carencias, contra las ocupaciones que nos adjudicamos, contra los excesos de la agenda, contra el prójimo. Las batallas justificadas sólo han de librarse cuando está en juego el sustento familiar y el plato de habichuelas que ganas con el sudor de tu frente. El resto es grafía sin ungüento. Disipación bizantina. Hacer de nuestro tiempo un detritus a costa de los demás: craso error. Porque -ab absurdo- estamos -a divinis- construyendo en falso ventanas con ojeras blancas. Párpados hundidos que tiran por el desagüe otros aprovechamientos cuyo disfrute precisa de ratos libres, minuteros propicios, carpe diem, instantes que a la postre ya no volverán jamás. ¡Cuántos libros por leer, cuántas películas por analizar, cuántos folios por escribir, cuánta vivencia -¡esa bendición!- junto a mujer, hijos, familiares, amigos, allegados, cuántos almuerzos y cenas por compartir, cuántos viajes por emprender, cuántas cultura por desarrollar, por asumir, por absorber! ¡Cuánta creatividad por experimentar! Una amiga y hermana me comentó cierta vez que suelo exprimir cada día como si fuese el último. ¿Caronte en el pasodoble de Martínez Ares? En efecto pertenezco al club de los disfrutones que poseen la dicha de la -risueña- felicidad -el agradecimiento- de todo cuanto Dios ha puesto a mi alcance (todos poseemos razones para nuestro contento: vade retro los quejicosos por norma). Carpe diem quam minimum credula postero. Del mañana hay que fiarse sólo a medias. Aprovechemos el presente. Sin distracciones, sin ruido de fondo, sin los afeites de la confusión. ¡Al grano! ¡Al lío! ¡A la esencia!

Beta: Jerez se ha revestido de luto este fin de semana tras la súbita muerte -contra natura- del Pablo Sampalo, que tanto nos ha desgarrado el corazón no sólo a cofrades. Las bellísimas palabras de su padre, Tomás, entrañan todo un decálogo de vida. De coherencia cristiana. De existencia. De trascendencia. Agradece a su hijo el tiempo que han estado juntos. 23 años que no han desaprovechado. ¡Menuda enseñanza vital -de correspondencia entre lo divino y lo humano- ha escrito Tomás! La relación de amor que se forja entre un padre y un hijo no alcanza a describirse ni aun rebañando toda la fecundidad del alfabeto castellano. Sin embargo la capacidad de síntesis de Tomás ha obrado un imposible.

Agradecer el tiempo -de nuevo el tiempo, tan indomable, es palabra que hoy repito hasta la saciedad- de la unión de ambos en este mundo de los vivos. Agradecer a un hijo son palabras mayores. ¡Bendito también el tronco que seguirá bebiendo de la rama! No hay consuelo ni cabe más dolor. Pero Tomás y Pablo hoy han vencido la medida y el sentido del tiempo porque el hijo ahora -más rosa que mortal- habita para siempre dentro del padre. Como un ángel de la guarda a la inversa, que despliega sus alas hacia el interior del autor de sus días. Como en una Eucaristía con textura de eternidad. ¡Mucha fuerza y mucho ánimo a la familia!

Gamma: El espacio apremia. Finalizo este ‘Jerez íntimo’ con marcha nupcial. Sonó este sábado 30 de octubre en el interior de la jerezana iglesia de San Francisco. Allí sellaron sus sentimientos dos personas de oro de ley. Buenos y bondadosos como ellos solos. Enamorados hasta la médula. Me congratulo de tenerlos como amigos. Son plata de ley en la isla del tesoro del vivir cotidiano. Robert Louis Balfour Stevenson hubiese escrito un relato de proezas y aventuras en torno a estos dos seres tan especiales. Son Cynthia e Ignacio. Cynthia Bazán Villalba e Ignacio Algeciras López. Cristianos y cofrades. Gente de bien. Ella fue acreedora de un pasodoble de postín a la salida del convento franciscano. Lágrimas al canto y al cante. Pueden dar fe de ello Tere Villalba Gil y José Bazán Pavón -padres de la novia-; Carmen López Benítez y Manuel Algeciras Ríos -padres del novio-, así como los testigos del enlace Sonia Bazán Pavón e Isaac Algeciras López. Presidió la ceremonia el padre Iván Carrera Orellana. La celebración, que tuvo lugar en Lebrija, supuso toda una eclosión -amén la exquisita gastronomía servida con tino y tiento- de amistad e ilusiones compartidas. Costa Rica aguarda ahora a quienes han firmado y confirmado un destino común. Un destino que todo lo ilumina y que nada engríe. Un destino donde el “sí, quiero” suma un par de palabras que siempre describirá, entre Cynthia e Ignacio, el más bello y definitivo de sus sueños. ¡Otra vez, Cupido, clavando la flecha en el centro de la diana! ¡Felicidades, pareja!

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