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Los alcaldes de las capitales andaluzas quieren jugar a la grande, ocupar espacio en los medios nacionales y reforzar su imagen en la escena internacional. En Sevilla está desde hace décadas el Centro Común de Investigación de la Comisión Europea y la ciudad aspira a ser sede de la Agencia Aeroespacial Española; Málaga es candidata a organizar una exposición internacional en 2027 sobre ciudades sostenibles; Cádiz comparte con Dubái, Chicago, Copenhague o Saint-Tropez el circuito mundial de la SailGP de catamaranes; Córdoba perdió injustamente ser la capital de la Cultura europea en 2016, la Alhambra de Granada es el monumento español más visitado por los turistas extranjeros. Sevilla y Málaga se alternan desde hace años en la entrega de los Goya y se disputan los vuelos a Nueva York.
Pero sería bueno que nuestras autoridades jugasen también a la chica. El domingo en Diario de Sevilla, el ex alcalde Rojas-Marcos decía que la fórmula ideal de un gobierno municipal es "volcarse en lo más pequeño y en lo más grande; lo de en medio casi funciona solo. Lo difícil es volcarse en las bibliotecas, los baches, las raíces de un árbol… Y, después, soñar". Pero se olvida con frecuencia el bienestar sostenible de los ciudadanos.
Se echa de menos, por ejemplo, que haya una policía de proximidad. El modelo británico de bobbies está bien: conocen a todos en el barrio, no llevan armas, patrullan en solitario y cuando hace falta imponen el sentido común sin estridencias. (Da la impresión que en la detención de la actriz María León le ha faltado finura y mano izquierda a los policías locales de Sevilla, dicho sea de paso). En mi barrio de Málaga aparecen los municipales sólo cuando media denuncia por algún abuso, porque un perro ha mordido a un niño, alguien hace una obra ilegal que perjudica a un tercero o se prolonga alegremente una fiesta sin importarle a sus participantes las molestias que ocasionan.
Hace unos días, Carmen Camacho se quejaba con razón en un artículo que nuestros ayuntamientos llaman peatonalizar una calle a cambiar los coches por veladores, braseros, parapetos, sombrillas, cocinas industriales y servidumbres de paso para camareros, que dejan sin espacio a los peatones. Los centros de las capitales y algunos barrios se han convertido en parques temáticos con precios disparados en los que no es agradable pasear, ni vivir. La proximidad de las elecciones locales debería jugar a favor de los detalles pequeños en los que puntúe la tranquilidad de los vecinos. Es menester que nuestros munícipes sueñen también con un bienestar cotidiano sostenido.
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Gracias, Errejón