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Dicen quienes siguen sobre el terreno las tristes evoluciones de la invasión de Ucrania que la previsible caída de Kiev en manos de las tropas rusas, sumada a la de otras urbes principales como Járkov o la milenaria Odesa, convertiría a la hermosa ciudad de Leópolis, que ya ejercía por sus trazas monumentales la capitalidad cultural, en el primer centro de resistencia. El occidente del país ha tenido una historia tortuosa y fronteras cambiantes, como los mismos nombres de la ciudad del león dorado: Lvihorod en antiguo eslavo, Lviv en ucraniano, Lvov en ruso, Lwów en polaco y Lemberg en el alemán de los Habsburgo. Polonia, Rusia y Austria, sin contar a la Alemania nazi -la importante población judía de la ciudad, que se remontaba al siglo XIV y hablaba el casi desaparecido yidis de la comunidad askenazí, fue masacrada en los campos de exterminio- ni a la URSS, que de nuevo trató de rusificar la zona, se han disputado en el pasado una región que ha sido también, como suele decirse, crisol de lenguas. Es sabido, sin que recordarlo implique otorgar crédito ninguno a los falaces argumentos del invasor, que el nacionalismo ucraniano no ha estado libre de zonas oscuras ni de caudillos inquietantes, personajes tan equívocos como Stepán Bandera, colaborador del Tercer Reich, que proclamó precisamente en Leópolis el Estado independiente de Ucrania, o su lejano antecesor el hetman Mazepa, un príncipe veleidoso e intrigante, héroe del poema homónimo de Byron, que lideró y enfrentó a los cosacos en su pugna por la autonomía. Del peso de la cultura polaca da fe el que la ciudad viera nacer a tres excelentes escritores de esa nacionalidad, el fabulador Stanislaw Lem y los poetas Adam Zagajewski y Zbigniew Herbert, grandes de la centuria. La antigua capital de Rutenia resistió el asedio otomano, fue ocupada por el rey sueco Carlos XII -"viking de las estepas", lo llama Borges en un famoso soneto- y estuvo largo tiempo, desde la segunda mitad del XVIII, encuadrada en el Imperio Austro-Húngaro, al oriente de la provincia de Galitzia donde nacieron otros célebres escritores -judíos estos de lengua alemana- como Soma Morgenstern y Joseph Roth, azote de los nazis desde su exilio parisino. "Supiste que vencer o ser vencido,/ son caras de un azar indiferente,/ que no hay otra virtud que ser valiente/ y que el mármol, al fin, será el olvido", dice el aludido poema de Borges. No son versos adecuados al contexto actual, pues celebran las conquistas de un monarca extranjero, pero valor, desde luego, esa virtud hoy arrumbada, casi objeto de desdén o sospecha, es lo que están demostrando los hombres y mujeres de Ucrania en esta hora dramática.
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