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HABLANDO EN EL DESIERTO
PERDÓN por el altisonante título de este artículo: no voy a escribir un tractatus inspirado en Tocqueville sino a recordar el discurso de despedida de Washington al término de su segundo mandato como presidente de los Estados Unidos. Un lector me lo manda anotado y traducido por sí propio y no hay razones para desconfiar. El discurso se publicó en el American Daily Advertiser el 19 de septiembre de 1796. Impresionado Washington por los excesos de la Revolución Francesa, quiso desengañar a quienes creyeran que su país era un Estado laico. Sus cimientos eran la Ley y la Moral. Debilitar estos basamentos era antipatriótico, porque como república libre, cuya sobrevivencia dependía del buen comportamiento de sus ciudadanos, no podría ordenarse y prosperar sin la religión: "…que vuestra unión y vuestro amor fraternal sean perpetuos, y que la Constitución libre, que es el fruto de vuestro esfuerzo, sea por siempre sagrada."
El juego de las palabras en la España actual es el engañabobos diario. Los residuos del comunismo creen, y lo grave es que lo creen, que la ley del aborto, en elaboración bajo la férula de una ministra semianalfabeta de un ramo innecesario, "es ética aunque no la acepte la moral cristiana", frase tonta para desprevenidos, si las ruinas del comunismo no explica qué es ética y qué moral cristiana. Las frases en el aire, como la mala poesía, se aceptan sin sentir si llevan por lo menos una palabra, por vacua que sea, de prestigio. Las feministas por su parte piden adhesiones para la ley aún no nacida. No sabemos cuántas personas suman los militantes de Izquierda Unida y las feministas de España, pero tenemos la fundada sospecha de que no deben ser muchas. Siempre que se legisle sobre un asunto controvertido, que divida a la sociedad y se debata en la calle, hay que hacerlo con mucho tacto y tras muchas consultas. Un gobierno legal no tiene autorización de los votantes para imponer su moral, ni siquiera su ética civil.
Era inevitable que si se luchaba contra la Iglesia y su moral, que no son sino las virtudes cívicas y el deseo de bien común de las culturas clásicas cristianizadas, se nos tratara de imponer otra religión y otra moral. No tenemos noticia de que el aborto permisivo que se pretende, un infanticidio sin paliativos, haya sido nunca progresista, feminista y de izquierda. Mucho antes de inventarse estos conceptos la mitología y los cuentos de hadas estaban llenos de recién nacidos abandonados en el bosque para ser devorados por las fieras o morir de frío. El control de natalidad creó incluso hadas malignas ladronas de niños. El cristianismo, con los matices morales que deben dejarse a la conciencia particular, significó un avance al oponerse al infanticidio, tomó para sí la virtus clásica y nunca ha adoctrinado en la maldad. Los valores cristianos unieron y civilizaron a una España que hoy se consume putrefacta.
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