La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Tierra de nadie
Jerez/SEGÚN yo lo veo, hay pocas situaciones más patéticas que la de un payaso que no haga reír. Ni un mal actor ante el público que muestra su apatía por una actuación anodina; ni un mediocre orador, que ve como el desinterés y la desidia se apoderan de quienes deberían prestar atención a su discurso; nada es tan desolador como un cómico que no sea gracioso.
No sé, con precisión, cuál será la razón. Creo que tal vez se pudiera deber a que lo que esperamos de un payaso es la risa, la risa es muestra de alegría, ésta, de la ausencia palpable de preocupaciones que la superen y de la carencia de inquietudes relevantes, suele indicarnos que nos acercamos al ratito de felicidad que nos toca. ¡Sí!, seguro que es por eso; seguro que es porque la alegría es lo que queremos, y cuando la esperamos y no la encontramos, la frustración que sentimos se transmite al responsable, en este caso el payaso, de hacernos esperar lo que no nos podía ofrecer.
Pues en política -no irían a pensar que en las vísperas en las que estamos podría escribir sobre otro asunto …- sucede otro tanto -escribo “sucede”, y no “ocurre”, o “pasa”, porque de un verdadero suceso -contingencia trágica- se trata-.
Sucede que en la abarrotada comunidad, excesiva y congestionada, de “políticos” que nos mal gobiernan, es muy complicado encontrar uno con “política”, y me explico.
A lo que hoy se entiende por política, pueden entrar casi todos, de hecho creo que todos, hasta delincuentes confesos y condenados, traidores, terroristas, insidiosos, advenedizos sin otro interés que el propio, desleales, usureros, pretenciosos, iletrados, odiadores de profesión, ignorantes, vividores, torpes y grises mediocres también; una variada fauna, muy útil para lograr los espurios fines que condicionan su actitud, pero del todo inservibles para hacer de la política lo que la política debiera ser. Y sí, no me vengan con que no voy a ser yo quien diga para lo que la política está, porque no soy yo quien lo dice, es ella, la política quien lo exige. Desde luego, ninguno de vosotros, a los oportunistas sin escrúpulos me refiero, ¡por muy supuesto que no!
Pues, escribía, estamos encerrados dentro de un círculo vicioso, sometidos a una recua interminable de políticos sin política, algo que en mi opinión, debiera ser incluso más patético que un payaso sin gracia. Y les razono el por qué.
Lo queramos o no, la política -y por ende los que en ella están- condiciona nuestras vidas. Hospitales, escuelas, juzgados, seguridad, infraestructuras básicas: carreteras, limpieza, salubridad, transporte …, suministros indispensables: luz, agua, gas, comunicaciones …; la calidad de vida de nuestros días depende de la buena o mala gestión que los que administran la Hacienda Pública -que es de todos, no de nadie, Carmencita, impresentable, Calvo- hagan de los recursos que aportamos todos -repito: “que aportamos todos”, ellos no pagan nada, todo lo pagamos nosotros.
De modo que, nos guste o disguste, los cimientos sobre los que pueda descansar, o derrumbarse, el bienestar y el futuro, para nosotros y los que después vengan, por el que trabajamos y nos esforzamos, no estarán únicamente en nuestras manos. Por mucho empeño que le echemos, por mucho que lo intentemos, la sociedad que entre todos hemos elaborado -no quiero decir “construido”- ya no está al alcance de voluntades individuales -exceptuando los siniestros lobbies financieros que nos traen y nos llevan, que nos vapulean y manejan como, precisamente muchos de los ineptos que en política están, se lo permiten-: el individuo, ente inviolable si de libertad hablamos, no es útil para los tejedores que parasitan la política –“tejedores” porque enredan para conseguir, “parásitos”, porque se benefician perjudicando al organismo, en este caso nosotros, en el que se “hospedan”, del que viven-, lo que necesitan son masas, manadas informes y sin criterio a las que se pueda condicionar, conducir y sacrificar a cambio de un coche a plazos, dos hamburguesas, tres redes sociales y cuatro bazofias televisivas; el “yo” molesta.
Cuando una nueva estación meteorológica está por llegar, la naturaleza cambia, sus habitantes alteran el comportamiento, para adaptarse, la vegetación muda de color, la temperatura es otra, las luces y la sombras no están las horas durante las que antes estaban: todo cambia, para que, al año siguiente, todo pueda volver a cambiar de nuevo.
Cuándo los políticos sin política vislumbran la posibilidad del final de sus prebendas, tratan de convencernos de que han hecho lo que no han intentado siquiera, culpan a quien sea menos a ellos, de las carencias que no han querido subsanar, de las penurias que no han sabido remediar, de los incumplimientos que ni se les ha ocurrido evitar: ¡todo al precio del coste que nosotros hemos tenido que pagar!
Del circo en el que sufrimos a un payaso sin gracia, o aguantamos con estoicismo la llegada del trapecista, o nos levantamos y nos vamos; De los políticos sin política sólo podemos libranos si hacemos lo que esté en nuestras manos para que no vuelvan al circo que se han montado.
También te puede interesar
La ciudad y los días
Siempre nos quedará París
Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Memoria de Auschwitz
La colmena
Magdalena Trillo
Gracias, Errejón