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David Fernández
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Cada vez me gustan menos las expresiones de religiosidad o devoción popular. Por mucho que se intenten liberar de la carga despectiva que durante tantos años tuvieron –recordemos los tiempos del posconcilio, incluidas las expulsiones de hermandades de algunos templos– no dejan de conservar un eco paternalista que las considera una religiosidad elemental, sentimental, groseramente irracional y llena de incoherencias que la aproxima a lo que se llamaba la fe del carbonero.
La pertenencia a una hermandad, vestir una túnica, ver las cofradías y como centro único de todo ello la devoción a las sagradas imágenes iguala a cultos e incultos, letrados e iletrados, versados en teología e ignorantes de ella. La misma devoción, exactamente la misma, al Señor del Gran Poder siente el más humilde y menos leído de sus devotos que el padre Javierre, que tan conmovedoras palabras le dedicó en su injustamente olvidado pregón, o los más grandes escritores sevillanos, con los exigentes Laffón y Sierra al frente. La misma devoción, exactamente la misma, a la Esperanza Macarena siente la más modesta mujer de barrio –¡tantas Victoria Sánchez Contreras!– que cuantos ilustres escritores y artistas, con Machado, Romero Murube, Aquilino Duque, Caro Romero, Sierra o Turina al frente, se rindieron y se rinden a Ella. Y las mismas lágrimas lloramos todos viéndola. No hay lágrimas cultas y populares.
No se me diga que es casticismo o populismo de talentos superiores que se abajan a sentir con el pueblo llano, por decirlo de la forma más rancia y clasista. Todos, por el contrario, estamos igualados por una común devoción que une por encima de toda diferencia social, cultural o ideológica. Es lo que tan rotundamente expresó Manuel Machado cuando escribió “con Montmartre y con la Macarena comulgo”. Las hermandades, las cofradías, la Semana Santa y las devociones eran y son transversales. Igualan y unen a todos en algo que es mucho más importante que cuanto pueda separarles. Como los antifaces hermanan a los más diferentes en saberes, oficios o recursos. Incluso a quienes creen y a quienes no creen, pero anhelan. Que aquí se cumple lo que pidió Benedicto XVI: “Creo que la Iglesia debería abrir también hoy una especie de atrio de los gentiles donde los hombres puedan entrar en contacto de alguna manera con Dios sin conocerlo”. En Sevilla se abrió hace muchos años. Se llama Semana Santa.
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