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Su propio afán
Hoy voy a escribir por Luis Suárez, que murió ayer, pero, en realidad, por él escribo aquí todos los días. Fue el responsable de mi vocación de columnista. Con una historia a la vez antigua, embrollada y divertida, como suya. Cuando era concejal de uno de los primeros ayuntamientos de la democracia, el concejal de cultura del partido comunista sacó una revista juvenil bastante impresentable. Luis, amigo de la familia, vino a casa, pero esta vez no en busca de mi padre, sino de mí. Eso me extrañó. Quería que firmase una carta al director para este periódico.
La había escrito él fingiendo que era un joven indignado por la publicación alternativa. La leí y vi que yo la hubiese escrito muy distinta; pero la causa era justa, Luis un encanto y una autoridad intelectual. La firmé. Tal vez empezó ahí mi sueño de tener un negro literario que escriba por mí, pero sin duda arrancó la conciencia de que podía hacerlo con un estilo propio y eficaz. Cuando el concejal comunista contestó diciendo que yo era un joven muy extraño, como avejentado, supe que tenía razón, y me reí. Aunque mi primer artículo fue de Luis, la crítica era para mí y el veneno de la tinta me entró de lleno y hasta ahora.
Cuánto me he reído con él desde entonces. Sus inolvidables demandas de abogado llenas de guasa, sus anécdotas con la gente del cante, sus añoranzas del Puerto de antaño, su literatura, que incluye hasta un auto sacramental, su talentosa pintura amateur, su amor por la arquitectura… Todo era culto y popular, gracioso y hondo. Nadie sabía más del romance flamenco, que había investigado a fondo. Le invitaban a dar conferencias en todas las universidades y cátedras. Era un sabio reconocido en el mundo y un personaje entrañable en su pueblo.
Le preocupaba (sin amargarse) que las siguientes generaciones nos desvinculásemos de nuestra historia, que nos pintaba con vivos colores, y de nuestro pueblo. Acunaba a su nieto medio inglés con una nana cuya letra rezaba: «Gibraltar, español; Gibraltar, español». Los Reyes Magos trajeron al niño un traje de luces, una muleta y una espada. Ahora el nieto es marino de guerra en la Armada Española. Luis ejercía un portuensismo vibrante, que llegaba a místico en todo lo tocante a la conservación de la Iglesia Prioral y al culto ferviente de la Virgen de los Milagros.
Orgulloso marido, padre y abuelo, tenía un corazón tan grande que en él, además, cabíamos los demás.
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