Enrique Gª-Máiquez

Mala hierba

Su propio afán

Cambiar la fe y la moral de la Iglesia sería curar una terrible jaqueca con una decapitación

03 de septiembre 2018 - 01:38

Una revista me pidió un análisis de los repugnantes escándalos de abusos por obispos y curas americanos, complicados más, si cabe, por la confesión del respetado nuncio Viganò de que, aunque el Papa sabía de su boca que el cardenal McCarrick era un desastre, lo rehabilitó del apartamiento impuesto por Benedicto XVI. No pude escribir el artículo: tan poca luz veo aún sobre el asunto. Pero aquí, que hay confianza, enumeraré tres cosas que tengo claras.

Tras rehabilitarlo, cuando Francisco se encontró con el flamante McCarrick, lo saludó jocosamente: "¡Mala hierba nunca muere!" La conversación entre Francisco y McCarrick después de una operación de corazón de este último tampoco fue manca. Le dijo al Papa: "Parece que el Señor quiere que haga cosas todavía". Francisco, riendo, replicó: "O que el diablo no te ha preparado todavía tu sitio!" Estremece. Por debajo de las campechanas bromas del Papa, latía, como sabemos ahora, un dramático e involuntario grito profético. Y también una primera sugerencia práctica: cierto que la mala hierba nunca muere, pues la naturaleza humana está herida por el pecado original, como percibimos todos por experiencia propia; pero eso no es razón para que no haya que estar arrancándola siempre, sino todo lo contrario.

La segunda cosa es que de ninguna manera los abusos podrían convertirse, como pretenden algunos a río revuelto, en una excusa para cambiar la doctrina de la Iglesia, ni en lo que se refiere a la moral sexual ni en lo que se refiere al celibato, más allá de las necesarias normas prudenciales para evitar estos casos (algunas había arbitrado ya Benedicto XVI, pero se habían dejado en desuso). Aprovechar estos delitos intolerables para decir que hay que cambiar la fe y costumbres de la Iglesia es como si se quisiera remediar una oleada de robos aboliendo la propiedad, porque así los amigos de lo ajeno no tendrían que luchar contra sus arrebatos.

Por último, exigir al Papa que dimita es enfocar esto desde un punto de vista tan humano que parece político y resulta casi administrativo. Desde la fe católica, las explicaciones de Francisco serán ante Dios y su conciencia. Poner el foco en su dimisión o no, quizá lo aleja, involuntariamente, de donde tiene que estar: arrancando la mala hierba y sembrando la buena doctrina. Y de donde tenemos que estar nosotros, que es arrancándonos la mala hierba y rezando por la Iglesia y el Papa.

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