Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
A veces pienso que en casi todos los trabajos y también en el nuestro, en el ejercicio de las profesiones jurídicas, cuando durante muchos años uno se dedica a la misma tarea, existe el peligro de acomodarse, de ir bajando el listón. Me refiero al riesgo de no encarar cada asunto profesional con la idea, que nunca debemos perder, de que ese tema en concreto, por intrascendente que nos parezca, es el más importante de todos para quien, de una manera u otra, está implicado en él. Para alguien que confía en nosotros.
Creo que la honestidad y la ética profesional consisten en eso, en no olvidar nunca que los asuntos, los procedimientos judiciales son personas: sus problemas, su patrimonio, su libertad. Es algo que procuro no perder de vista. Y no olvidarlo es más fácil cuando se coincide, en el mismo o en el lado contrario del estrado de un tribunal, con un profesional brillante, con alguien que siempre sabe estar a la altura. Supongo que a todos nos pasa: competir en cualquier campo con alguien mejor que nosotros nos hace superarnos.
Para mí la ausencia de Manolo Hortas no es sólo la pérdida de alguien a quien sentía amigo, al que tenía un gran afecto personal. Es la pérdida de un letrado excepcional con el que siempre era un placer coincidir, aunque fuera para defender posturas antagónicas.
Cuando al empezar un juicio mi experiencia me decía que lo tenía todo de cara, que era casi imposible que mi postura no fuera la que terminara convenciendo al tribunal, comenzaba Manolo a realizar sus interrogatorios minuciosos que sabían ir al grano y llevar al que respondía, siempre de forma delicada, hasta donde él quería. Entonces, mientras todos en la sala le escuchaban con atención, mis esperanzas de tener aquello ganado empezaban a desvanecerse. Y es que muchas de las veces que coincidí con él en algún juicio, le vi hacer maravillas sin tener apenas nada a lo que agarrarse, enfrentándose como defensor a una prueba contundente contra su cliente. Le vi construir argumentos brillantes casi desde la nada, sin elevar la voz ni una sola vez, sin descalificar nunca al contrario.
Siempre le admiré por sus conocimientos y todavía más por su perfecta manera de exponerlos. No era fácil verle enfadado en el trabajo y, sobre todo, era imposible verle perder las formas. Era de una educación exquisita. Un señor en todos los sentidos.
Su muerte, demasiado temprana, nos ha conmovido a todos. También, por lo que sé, Manolo la afrontó como él era: desde la serenidad, despidiéndose de los más cercanos, sin perder su elegancia.
Ha sido una pérdida enorme, sobre todo para su familia. Pero también para sus compañeros y para todos los que nos dedicamos a trabajar en el mundo del Derecho en esta ciudad. Nos queda el recuerdo de alguien del que siempre quisimos aprender, al que siempre quisimos y seguiremos queriendo parecernos en nuestro trabajo y que seguramente nos ayudó a ser un poco mejores.
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