Ismael Yebra

Master en mascarillas

23 de abril 2020 - 01:35

El desasosiego que produce esta pandemia por el peligro para la salud que supone, las cifras crecientes de miles de personas fallecidas y el prolongado confinamiento en casa, espacio que a veces no es más que una pequeña celda de una colmena en la que habitan otros seres enclaustrados que se asoman de vez en cuando por ventanas y balcones, me trae a la memoria imágenes que todos hemos visto alguna vez cuando pasábamos por la cárcel de Ranilla o en antiguas fotografías de presos que asomaban su brazo entre rejas, mientras cantaban saetas a la Esperanza de Triana a su paso por la cárcel del Pópulo. A todo esto, hay que sumar el desconcierto existente por la incompetencia de unos y el servilismo informativo de muchos, que no ayudan a sobrellevar el grave problema que estamos padeciendo.

Yo veía más posible que cualquier día, un día aciago, algún enfermo mental de los muchos que gobiernan en numerosos países, se decidiera a apretar un botón y que media humanidad saltara por los aires. Pero, como en las buenas batallas perdidas, el enemigo ha atacado por la retaguardia. Pocos pensarían, uno de ellos yo, que una pandemia de este tipo pudiera hacerse presente de nuevo y esquilmara la población. Esa posibilidad parecía imposible por los adelantos científicos y médicos de los que presumíamos, nos parecía más bien una situación que, como las epidemias de peste, sólo tendría ya su lugar en los libros de Historia Medieval y del Barroco.

Añádase a ello la poca capacidad que se detecta entre los encargados de manejar y solucionar el problema. La voz de los profesionales expertos en temas epidemiológicos ha sido sustituida por la de políticos incompetentes y medios de comunicación subvencionados para ejercer la propaganda. Llama la atención que ni siquiera en un tema tan vulgar como es el uso de una mascarilla, se reciba una información fiable. La homologación de una mascarilla parece ser un tema científico tan complicado, propio de un Nobel, que aún no está resuelto. Se califican de inservibles aquellas que desde hace lustros utilizamos los sanitarios cuando entramos al quirófano o asistimos a enfermos inmunodeprimidos. Ahora resulta que no valen y por algunas más eficaces, según dicen, sé de quien ha pagado diez euros por cada una. Sin duda se trata de tecnología punta, digna de que se programe un máster nada más se reinicien las actividades universitarias.

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