Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
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Fernando Quiñones escribió durante bastantes años en el Diario de Cádiz unos breves comentarios muy personales. Mijitas del freidor se llamaban aquellas delicias, y recuerdo con gratitud el que hacia 1991 o 92 dedicó al joven que entonces era el que esto hoy escribe a propósito de la Introducción a una historia medieval de Cádiz que todavía duerme en algunas librerías. Decía el buen Quiñones, al parecer en serio, que aquellas páginas le recordaban nada menos que a Borges, y ya pueden imaginar lo a gusto que dormí la noche de aquel día. Lástima que toda semejanza quedara ahí...
Como mijitas del freidor, variadas aunque ciertamente no tan mijitas, son las noticias que a todos nos asaltan en estos días en que parece imposible centrarse en un único acontecimiento. El primero, porque del principal asunto se trata, el de la vida, es la nueva escalada de los casos de aborto en el año 2018, que han ascendido a la terrible cifra de 95.917, casi un 2% más que el año anterior a pesar del descenso de mujeres en edad fértil y de que los nacimientos han caído en casi 26.000. De cada cinco concebidos, uno termina en el abortorio mientras se nos llena la boca con los derechos de animales, ríos y mares. ¿Quién puede comprender esta enorme iniquidad colectiva, esta matanza continuada en la sociedad más opulenta y protectora que nunca se haya conocido?
Mal comparativamente menor ha sido la constatación universal del grado de corrupción en que se encuentra sumido el Tribunal Constitucional. Las ya célebres declaraciones de Alfonso Guerra sobre las presiones sufridas, y admitidas, por el alto tribunal para dar por buena una ley claramente anticonstitucional, como es la de Violencia de Género, dañan de modo definitivo el crédito de una institución que debiera ser ejemplar. ¿Cuántas sentencias han sido dictadas bajo irresistible presión política? ¿Cuántas, como sucede en el caso del aborto, se han retrasado fuera de toda razón por los mismos motivos? ¿Cuánto tardarán los enemigos de España en hacer uso de este formidable argumento para alegar la falta de independencia de la justicia y la motivación política de las sentencias que les afectan? Se hace patente que la descomposición de la nación es un efecto más de la corrupción extrema del Estado y de sus instituciones, casi sin salvedad.
Y ya hablaremos otro día del circo parlamentario o, lo que es peor, del paro que vuelve.
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