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La muerte anda rondando cerca. Sale cada día, guadaña en mano, segando a diestro y siniestro, llevándose por delante a todo aquel que se encuentre en las condiciones inadecuadas o en el lugar inoportuno. Apenas hace unas semanas no imaginábamos una circunstancia similar a la que estamos viviendo, por mucho que nos llegaran informaciones de situaciones previas en otros países. Nada hay como la experiencia propia y la información que recibimos suele ser tan sesgada, salvo honrosísimas excepciones, que nos hemos habituados a no creer en ella.
Quién iba a pensar que al final de la segunda década del siglo XXI el ser humano, que creía haber conseguido dominar la naturaleza y protegerse de sus fenómenos más imprevistos, conquistar el planeta y moverse por él a velocidades cada vez más elevadas, iba a ser víctima de una pandemia como de ciencia ficción que le hiciera retroceder a tiempos medievales y recordar situaciones calificadas de tercermundistas, como si el denominado tercer mundo no formase parte de este planeta. Ya sólo falta que cualquier día asomasen por el horizonte unas naves tripuladas por seres irreconocibles procedentes de un planeta lejano, qué más da Ummo que Urano, e hiciesen tabla rasa con todo aquello que conocemos como civilización humana.
Es tanta la zozobra que provoca recibir continuamente informaciones contradictorias que nada extraña ya. Pensar que estamos ante una nueva modalidad de guerra mundial en la que el Covid-19 ha sustituido a las cabezas nucleares de los misiles no podría parecer excesivamente descabellado. El ser humano ha dado tantas veces a lo largo de la Historia muestras de su perversidad que nada le parece a uno descartable del todo. Al menos, eso sería tan creíble como la teoría de la transmisión a través del murciélago y su paso a otros mamíferos, entre ellos, al hombre.
Cuando se bombardeaba Siria alguien dijo que se trataba de bombas inteligentes, que no mataban mujeres ni niños, como si matar hombres adultos estuviese justificado. Algo similar se dice del Covid-19, que afecta a ancianos y personas de riesgo, como si no fueran seres humanos dignos de protección. El debate de la eutanasia parece resuelto. Primero el coronavirus, luego la escasez de respiradores y, finalmente, a los que sobrevivan, le damos la posibilidad de elegir una muerte programada y a la carta. A la muerte ha llegado el mundo del diseño.
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Gracias, Errejón