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El domingo se cumplieron años, apenas trescientos cuarenta, de la muerte de Murillo. Alguna vez he contado aquí que Murillo quiso enterrarse a los pies de El descendimiento de Pedro de Campaña, entonces en la extinta iglesia de Santa Cruz, y hoy expuesto en la catedral de Sevilla. El caso es que, llegada la guerra contra el francés, el mariscal Soult, hospedado en el palacio Arzobispal, mandó derribar la iglesia de Santa Cruz -que se hallaba en la plaza del mismo nombre-, mientras hacía acopio de pinturas en el Alcázar, como nos tiene contado un sevillano de La Habana: Manuel Gómez Imaz. Con lo cual, al tiempo que se diseminaba la obra murillesca por Europa, camino del Museo Napoleón, sus restos mortales, al amparo del aflictivo Cristo de Campaña, se perdían en la tiniebla histórica.
No mejor suerte corrieron los despojos de Martínez Montañés. Quienes tengan afición a Velázquez conocerán el retrato del escultor que se halla en el Museo del Prado, a escasos metros de Las Meninas, y en el que figura como decoroso gentilhombre que modela un busto de Felipe IV, luego vaciado en bronce. Según se estima, el cuadro pudo pintarse alrededor de 1636; esto es, que Martínez Montañés alcanza ahí una edad muy próxima a los sesenta y ocho años. Trece años después, en 1649, el escultor morirá en la gran peste que demedió la población de Sevilla, abismándola en una grave crisis, cuyo pormenor conocemos, precisamente, por los lienzos de Murillo, donde una juventud risueña no oculta la profunda aflicción e incuria en la que vive. El cuerpo de Martínez Montañés, como víctima pestífera, fue llevado a una fosa común, extramuros de la puerta Real, cerca de donde se halló la casa/biblioteca de Hernando Colón, y donde más tarde la tropa napoleónica enterraría a los ajusticiados durante la guerra.
Será también durante la francesada cuando perdamos los restos de Velázquez. Enterrado en la iglesia de San Juan Bautista, junto al antiguo Alcázar (Gaya Nuño lo cuenta con emocionado detalle), Velázquez muere el viernes 6 de agosto de 1660, a las dos de la tarde, y será inhumado al anochecer del día siguiente, como Caballero de la Orden de Santiago, "puesto el manto capitular, con la roja insignia al pecho". El templo fue destruido durante la ocupación, sin que se salvaran sus restos. Hoy, en la plaza de Ramales, donde se halló la iglesia, hay una columna, erigida en 1961, con una breve cruz santiaguina, que recuerda al pintor. A esa exigua heredad se reduce la gloria.
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