El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
¡Oh, Fabio!
Pertenecemos al grupo de oyentes indignados con Radio 3, la filial de RNE con la que se adoctrina a nuestra modernidad. Frecuentamos sus herzianas en busca de algunos programas concretos (Saltamontes, Mundo Babel, Café del Sur, El Hexágono, Melodías Pizarras, Discópolis Jazz...) con músicas inencontrables en el páramo de la radiodifusión española actual (sólo baba política, heces deportivas, reggaeton y brujas timando a marujas), pero también es habitual que nos topemos consu lado tenebroso . Cuando no suena la música, Radio 3 tiende a convertirse en uno de esos medios en los que la ortodoxia se disfraza de heterodoxia para apoyar las causas más tópicas del postprogresismo. Escribimos esto tras escuchar un fragmento de El bosque animado, un programa de corte ecologista que mezcla la sensiblería verde más cursi con la difusión de panfletos militantes que se intentan vender como información científica. Ayer tocó sufrir una defensa del neorruralismo que más bien parecía uno de esos cuentos con los que los Hermanos Grimm edulcoraron la densa y oscura narrativa tradicional indoeuropea para hacerla apta al consumo de la pequeña burguesía germana. En una versión pedestre del viejo elogio de aldea y vituperio de corte, el programa presentaba al campo y a los pequeños pueblos de España como lugares de armonía y fraternidad que contrastaban con unas ciudades en las que toda vileza encontraba su mal asiento. La utopía agropecuaria y virgiliana versus la inmundicia urbana. Cada vez que escuchamos estos dicterios neocatetos recordamos la sentencia de la Pardo Bazán en Los Pazos de Ulloa: "La aldea, cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece", una frase tan divertida como injusta, pero no menos que los desdenes pastoriles hacia la polis.
Aprovechando la movilización del agro español para pedir (con razón) mayor atención por parte de las administraciones públicas, prolifera en estos días un discurso ramplón y filofeudal en el que se contraponen campo y ciudad como conceptos morales y geográficos irreconciliables. En este relato, la ciudad, el lugar donde nació la democracia y el anonimato (dos de los grandes logros de nuestra civilización), aparece como un lugar corrupto y perverso (otra vez el mito de Sodoma y Gomorra) frente a un campo en el que sus habitantes son puros como las mañanas de enero... pamplinas de ciudadanos estresados que ven en la cría de la churra el alto ideal que nunca alcanzarán en sus colmenas urbanas. Nada que no se cure con un mes removiendo estiércol.
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