Jesús / Rodríguez

"Non Plus Ultra"

Para dibujar con mayor nitidez los perfiles de las cosas el lenguaje inventó la hipérbole, como la pintura creó la sombra. Ya sabemos que la hipérbole consiste en resaltar mediante la exageración lo que más caracteriza a una idea, una persona o una cosa con el fin de definirla mejor.

Si hay un pueblo con fama de exagerado en el lenguaje es el andaluz. Creo que nuestra literatura da razón a este tópico que ya los romanos propalaban, alucinados por las metáforas opulentas de Lucano y de Séneca. Aunque si hablamos de exageraciones en el lenguaje, yo creo que la palma se la llevan aquellos griegos focenses que hace tres mil años erigieron dos columnas de plata en el Peñón de Gibraltar con la leyenda que los romanos tradujeron como "Non Plus Ultra", queriendo simbolizar que quienes allí vivían estaban en el límite de todo, no podían llegar "más allá". Lo malo no es que exageraran, sino que metieron la pata hasta el corvejón. Lo digo, porque exagerar significa etimológicamente "ir más allá del terraplén"; implica, por tanto, extralimitarse, excederse. Y un pueblo, como el nuestro, dotado de esa afición por lo exagerado tiende - a pesar de lo establecido por los griegos - a sobrepasar términos y lindes.

También en lo literario. Nos puede servir de ejemplo aquella qassida arábigo-andaluza que, alentándose en la cintura de la mujer amada, la comparaba con el tallo de una palmera. Parecía exceso literario hasta que, tiempo después, un poeta sevillano encontró el "más allá" de las cinturas y equiparó la de su enamorada con la de una avispa.

Pero no acabó aquí la cosa, porque, ya en el siglo XIX, un poeta popular consideró que el talle de su amor bien podía apretarse todavía un poco más y le dedicó una soleá : "Tienes una cinturita/ que ayer tarde la medí/con media vara de guita:/ catorce vueltas le di. Todo el mundo pensaba que se había llegado ya al non plus ultra de los vientres menudos cuando apareció un cantaor y convirtió aquella soleá en un fandango, añadiéndole un verso más : "¡Y me sobró una poquita!".

Este ejemplo, como otros muchos que podríamos citar, sirvió a los eruditos de la literatura para proclamar que Andalucía es la cuna del flamenco, del pescado frito y de la hipérbole. Yo, sin embargo, disiento de ellos. A mí me parece que la contribución más importante de nuestro pueblo al lenguaje descriptivo no está en la hipérbole, sino en cómo juega con los diminutivos.

Un día, a un andaluz de pueblo se le ocurrió saltarse el non plus ultra erigido por la lingüística y decidió cambiar los adjetivos, usando el diminutivo donde debía emplear el superlativo, y viceversa. La consecuencia de este invento radica en que si, en Andalucía, alguien se nos justifica de habernos dado un plantón "porque me encontraba malísimo", comprendemos que sufrió algo seguramente molesto, pero intrascendente para la salud. Sin embargo, si justifica su ausencia alegando que su padre "se puso malito", le echamos amigablemente el brazo por el hombro perdonándolo de corazón, porque sabemos que es muy probable que pronto anude corbata negra.

Pero la cosa no paró ahí. A mí me parece que, en la alquimia de los diminutivos, el invento más prodigioso está en lo que hace el lenguaje popular andaluz con los verbos. Lo descubrí hacer años en una grabación de antigua de "La Serneta" en la que cantaba por soleá : "Hasta la fé mía de bautismo/ yo la había empeñaíto por tu queré…". Me quedé impresionado por cómo ese verbo en diminutivo daba fuerza a la idea.

Este domingo pasado se me ha vuelto a desvelar el prodigio, mientras charlaba con mi amigo Curro Mancheño, el aperador de "Breña Alta". A sus ochenta y tanto años Curro es un hombre "sabio" en el sentido que los griegos daban a esta palabra. Los griegos consideraban sabio a Hesíodo, pero si repasamos su obra vemos que apenas escribió sobre otras que el campo, las cosechas y los animales domésticos. Este es también el saber primordial de Curro.

Tratábamos acerca de cómo ve la vida, ahora que se dirige a los noventa y, en cierto momento, le pregunté por el recuerdo más emocionado que guardaba. Sin pensárselo mucho me dijo: "Cuando, con diecisiete años, le dije a la Carmen que estaba enamoraíto de ella".

Y ese "enamoraíto" sonaba lleno de tanta ternura que cualquiera podía descubrir todo lo que a Curro le hervía en el pecho aquel día, casi setenta años atrás, en que le pidió a Carmen que fuera su novia. Que se inclinen todas las figuras retóricas ante ese diminutivo. Nunca he leído un poema de amor que describa mejor una pasión que ese verbo empequeñecido.

Como he dicho, este recurso es de uso corriente en las letras de los cantes flamencos. Que hurguen en ellas los expertos y verán que Andalucía se ha saltado los límites del lenguaje y que los griegos metieron la pata escribiendo lo que escribieron en las columnitas.

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