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Mikel Lejarza
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El Partido Popular ha ganado con autoridad las elecciones en Galicia, y gobernará con mayoría absoluta por quinta vez consecutiva, haciendo buenos los sondeos excepto, naturalmente, el de Tezanos, recientemente reelegido por el Gobierno al frente del CIS, en lo que supone uno de los casos más flagrantes de corrupción, política e institucional, de los últimos tiempos, y mira que hay donde elegir. El PP ha vuelto a ganar porque es el partido hegemónico de la región, con una maquinaria electoral perfectamente engrasada para un territorio complicado con núcleos de población muy diseminados, y además no tiene la competencia efectiva de Vox, lo que repercute sin duda en una mayor asignación residual de escaños. La clara victoria asienta además el liderazgo de Feijóo en un momento político en que cualquier resbalón puede desencadenar una crisis.
El BNG se ha convertido, con la ayuda inestimable de los socialistas, en la cara principal de la oposición. Confluyen en el partido nacionalista gallego una serie de rasgos que no deben pasar desapercibidos, y que se repiten en otras comunidades históricas, sobre todo en el País Vasco. Un perfil más independentista, en la línea confederal que les ha sido concedida desde Moncloa; un tipo medio de votante joven (por debajo de 40 años su presencia es inquietantemente arrolladora) que ya no comulga con los principios de la socialdemocracia clásica; y unas reivindicaciones incompatibles con el estado liberal sobre el que, mal que bien, se ha venido tejiendo un amplio consenso desde la Transición.
Al PSOE le ha estallado en la cara su apuesta descarada por descabalgar al PP del poder asumiendo un papel totalmente subalterno. La apuesta personal (en su propio de beneficio, quiero decir) del presidente Sánchez de liderar una coalición de partidos, al precio que sea, tiene la consecuencia de perder representación e influencia en casi todas las partes de España, y si aún mantiene su residencia en el Palacio de la Moncloa es porque en una parte importante de la población sigue anidando un fuerte sentido de rechazo al otro, ese que no paran de azuzar él mismo con el inefable presidente Zapatero como artista invitado. El domingo, sólo el 14% de los gallegos apoyó su lista, y no llegó al 2% los que lo hicieron a la de Sumar de su paisana Yolanda Díaz, pero nadie ha dicho gran cosa. Por lo visto, ya lo único que importa es lo que diga Puigdemont.
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