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Como su también pionera investigación sobre Tartessos, la monografía que Schulten dedicó a Numancia, disponible ahora en la reedición de Renacimiento, tuvo un formidable impacto a escala europea y ha dejado una huella profunda en la historia de la cultura. Sumado al elegante estilo de su prosa, ese poderoso y perdurable influjo en el imaginario de Occidente hace que podamos seguir acercándonos a esos y otros libros de don Adolfo –también al que dedicó a Sertorio, cuyo traductor anotaba con veneración que los ojos del sabio alemán “jamás se cansaron de mirar con amor las cosas de España”– aunque el conocimiento actual haya superado en buena medida sus hallazgos e interpretaciones. Cuestionados a veces por los arqueólogos estrictos, los historiadores de formación filológica –lo fue también su maestro, Theodor Mommsen, que ganó en 1902 el premio Nobel de Literatura por su célebre Historia de Roma– tenían a su favor que el trato prolongado con los textos antiguos se reflejaba felizmente en su escritura, como se advierte asimismo en Edward Gibbon, por citar a otro grande. Publicada como avance en 1914 y en su versión definitiva en 1933, la Historia de Numancia de Schulten dio a conocer –no la ubicación, señalada una décadas antes por el ingeniero catalán Eduardo Saavedra en las proximidades de Soria– el olvidado yacimiento celtibérico que Nebrija había situado, correctamente, cerca del nacimiento del Duero. Debajo de los restos romanos debía de estar, dedujo antes de visitarlos, la perdida ciudad cuyos habitantes prefirieron el suicidio colectivo antes que rendirse a las legiones de Escipión Emiliano, después de un asedio de quince meses. Era el año 133 a.C. y del episodio, narrado entre otros por Polibio y Apiano, sólo quedó la memoria literaria, hasta que el solar emergió, como la Troya de Schliemann, para confirmar que el trágico relato no era una leyenda inventada por los cronistas. En su completa introducción al volumen, que reivindica la figura de Schulten frente a polémicas y malentendidos, Francisco J. Tapiador explica que esta versión española es una obra distinta de la matriz, concebida como un libro divulgativo, accesible y lleno de encanto. Gracias al historiador, el nombre de Numancia se convirtió, del mismo modo que Masada, en símbolo universal de la resistencia heroica, reconocible hoy en cualquier lugar del mundo. Aunque susceptible de ser patrimonializado –la Numancia de Cervantes fue representada por Alberti en el Madrid sitiado y leída durante el franquismo en clave nacionalista–, sigue representando la lucha por la libertad hasta las últimas consecuencias.
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