El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Postdata
En el acuerdo presupuestario suscrito por el Gobierno y Podemos se incluye la puesta en marcha de un plan de ayudas al coche eléctrico "estable e ininterrumpido" hasta 2020. Para financiarlo, los firmantes deciden destinar al mismo "al menos un 30%" de la recaudación prevista con el incremento del precio del gasoil. La concreción de tal objetivo, en teoría loable, esconde no obstante consecuencias paradójicas. Se sabe que los vehículos diésel verdaderamente contaminantes son los antiguos -los nuevos contaminan menos que los de gasolina- y que ésos pertenecen a personas que carecen de capacidad económica para sustituirlos. Añádase que los coches eléctricos no son precisamente baratos (de 30.000 euros en adelante) y que suelen conllevar algunos suplementos. Así, su limitada autonomía normalmente exigirá que su dueño posea otro de distinto tipo para los desplazamientos más largos y, en la mayoría de los casos, que disfrute de una plaza de garaje propia en la que instalar un punto de recarga. Requisitos ambos que difícilmente se dan en quienes hoy mantienen, y no por capricho, añosos automóviles de gasoil.
La conclusión cae por su peso: los contribuyentes que no tienen dinero para cambiar su coche serán los que pagarán, con el precio incrementado del combustible que obligadamente repostan, una buena parte del precio de compra de coches eléctricos por parte de aquéllos que tienen un mayor poder adquisitivo. Es el mundo al revés: los pobres subvencionarán a los ricos. Algo que tiene muy poco que ver con las exigencias de justicia social que dicen defender los padres de la ocurrente idea.
¿Sucede lo mismo en otros países? Pues miren, no. En Francia, Alemania o Reino Unido los planes de renovación de la flota no pasan por castigar al gasoil (lo que, a la postre, revienta el bolsillo de los más débiles), sino por incentivar la desaparición de viejos vehículos contaminantes, para lo que debe abaratarse el coste de los nuevos, por ejemplo eliminando el impuesto de matriculación. Nosotros, sin embargo, obstinadamente diferentes, hemos apostado por la demonización del diésel, aunque la fiesta la acaben pagando los de siempre. Desde aquí les aviso: cada litro de gasóleo que ustedes trabajosamente consigan servirá para hacer feliz a alguien con muchos más recursos que los suyos. Ése que encima -hay que joderse- acaso les mirará por encima del hombro y despreciará su criminal falta de conciencia ecológica.
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