La ciudad y los días
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La ciudad y los días
Estamos avanzando, estamos retrocediendo. Estamos saliendo, estamos recayendo. Pasaron las olas, llegó la quinta. Se confina, no se confina. ¡Mascarillas fuera! ¡Mascarillas puestas! Las mascarillas dejan paso a las sonrisas, dijo con cursilería la ministra de Sanidad, mientras se otean mascarillas en el horizonte próximo (en 24 departamentos de Francia vuelve a ser obligatoria) y en el remoto (en Estados Unidos se recomienda su uso a los vacunados ante el aumento de contagios a causa de la variante delta). Lideramos a la vez la vacunación completa (el 55,7%) y los contagios (el martes la incidencia acumulada en los últimos 14 días estaba en 701,9 casos por 100.000 habitantes, el miércoles en 699 y el jueves en 669.84). Regresamos a la normalidad convivencial, hostelera, vacacional y pronto a la futbolística y otros espectáculos, pero la tasa de fallecidos aumenta poco a poco -55 en 24 horas el martes, el doble que el martes anterior, y 73 el miércoles- mientras crece lenta pero imparablemente la presión hospitalaria (ministerio de Sanidad: "el número de pacientes ingresados ha aumentado un 39%"). Muchas familias, en esta engañosa anormal normalidad, se toman la "necesidad" de salir de sus hijos como una inevitable fatalidad y el posible contagio como un tributo pagado a su "libertad". Las restricciones funcionan y no funcionan, son necesarias y no son necesarias, recortan abusivamente derechos o no lo hacen, las deciden los políticos y las sancionan los jueces quienes, como todo el mundo sabe, son epidemiólogos expertos; por ello el Tribunal Superior de Justicia de Canarias ha suspendido la obligación de presentar el certificado covid para acceder a locales de restauración y hostelería que había sido impuesta por el Gobierno regional allí donde se alcanzara el nivel 4.
Es como si viviéramos a la vez en dos realidades incompatibles y dos mundos opuestos. Creo que solo el justamente famoso inicio de Una historia en dos ciudades de Dickens puede dar una idea de la errática incertidumbre en que vivimos. "Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. La edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos, íbamos directamente al cielo y nos perdíamos en sentido opuesto".
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Gracias, Errejón