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Yolanda DÍAZ ha presentado en su programa político la idea de distribuir una especie de herencia universal entre todos los jóvenes de 18 años. Según la propuesta, cada joven recibirá 20.000 euros para invertir en vivienda, educación o emprendimiento. Muy bien: la idea es muy seductora, pero no sé si encaja bien en lo que conocemos como "naturaleza humana". Para la mentalidad burocrática de Yolanda Díaz -sindicalista hija de sindicalistas y tal vez madre ella misma de futuros sindicalistas-, un joven de 18 años que cobre de golpe 20.000 euros correrá a comprarse un tractor para cultivar un huerto de coliflores ecológicas. O bien se marchará a Londres a cursar un Máster en Economía Decolonial Feminista. Muy bien: todavía hay gente juiciosa en este bajo mundo. Pero recordemos que no todo el mundo es así. ¿Y si algún joven de 18 años prefiere fundirse los 20.000 euros en tres meses de farra ininterrumpida en Ibiza? ¿Y si los usa para apostar compulsivamente en Bwin y pierde todo su dinero en dos semanas? ¿Y si lo invierte en comprarse una lancha para traer hachís de Marruecos?
Son hipótesis no desdeñables. El ser humano no es ese burócrata ejemplar con un corazón de oro -solidario y desprendido- que puebla el imaginario del buen comunista. No, para nada. El ser humano es egoísta y estúpido. El ser humano es ingrato. El ser humano es derrochador y gandul y mezquino. En la parábola evangélica de los talentos, tres siervos devuelven con interés el dinero que les ha sido entregado. Pero uno de los siervos corre a enterrar la moneda de plata. ¿Por qué lo hace? Por la sencilla razón de que no sabe o no quiere hacer rendir el dinero que le han dado. Es perezoso y prefiere no hacer nada, pero no olvidemos que en la sociedad actual todos nos parecemos mucho más al siervo gandul que a los demás siervos que saben hacer rendir el dinero. Y por cierto, si el comunismo -o su variante de "socialismo del siglo XXI"- ha fracasado en todos los países donde ha sido implantado, la razón es muy sencilla. Y el fracaso no se debe a causas económicas ni a bloqueos ni a complots ni al imperialismo yanqui. No, la causa del fracaso estrepitoso se debe a una circunstancia mucho más universal: la naturaleza humana.
Por supuesto, Yolanda Díaz prefiere creer en el buen juicio innato de la especie humana. Y que paguen la fiesta los ricos.
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Gracias, Errejón