Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Sine die
Si toda la energía que ponen en ir contra corriente la pusieran al servicio de la sociedad, ésta mejoraría de forma evidente. Si todo el pragmatismo que utilizan para llevar adelante sus ideas, por muy obsoletas que sean, lo utilizaran para conseguir fines razonables y sensatos, el mundo mejoraría notablemente y nuestro país sería un ejemplo a seguir. Si toda la suficiencia que tienen al exponer sus ideas y toda la prepotencia que demuestran cuando las sostienen las utilizaran para defender causas comunes y proyectos compartidos, España sería un paraíso en la tierra, lo nunca visto, lo más cercano a Utopía que jamás se haya conseguido.
Pero vivimos en la España que hay, sólo una como dijo el que duerme en el Valle de los Caídos que en esto acertó, aunque se equivocó en lo de grande y libre, porque por lo visto no todos los españoles cabemos en ella ni se puede decir todo lo que se piensa. Seguimos en la España a garrotazos de Goya, la del Lazarillo de Tormes, la de Don Pablos el Buscón, llena de quijotes soñadores y de Sanchos Panza que sólo esperan algún día dar el pelotazo. Nuestro país es el del vuelva usted mañana de Larra, con su atasco administrativo y la pesada carga funcionarial que no hay Merkel que la adelgace, el que te sigue helando el corazón por una u otra parte, cuando no es por ambas a la vez, el que se olvida del futuro porque no deja de remover los excrementos del pasado, sobre todo si éstos sirven de abono, no del de las plantas, sino del bancario.
Los mediocres se empeñan en mirar hacia atrás, en pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, cuando en realidad lo que necesitan es un psicoanalista que les redima de sus frustraciones y les haga olvidar sus deseos incumplidos. El progreso necesita ciertos frenos, pero no muros que intenten eliminarlo. Los muros, sobrada experiencia hay de ello, acaban cayendo y sus trocitos sólo sirven como recuerdos al más puro estilo kitsch. Actúan como cangrejos que caminan hacia atrás, crustáceos a los que si les tocas lo más mínimo te muerden con sus pinzas, porque la bondad ni la tienen ni se les supone. Son como los cangrejos ermitaños, esos que se meten en las conchas de caracolas vacías, viviendo en casa ajena y de prestado. Frenan los avances, pero se aprovechan del progreso, protestan de las prestaciones, pero las solicitan todas. Más que cangrejos sociales son auténticas ladillas.
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