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No sé cuántas veces lo habremos dicho ya, pero habrá que insistir en ello: comprarle el discurso al nacionalismo suele ser un mal negocio. Sánchez, que nunca se sintió concernido por los usos políticos de las sociedades liberales, está dispuesto ahora a rendir la nación española y la Constitución del 78 a los votos de separatistas, (filo) etarras, golpistas y fugados de la Justicia para seguir agarrado a la teta de Moncloa, que empodera mucho más que las brevitas de Amaral. La maquinaria propagandística del sanchismo es, además, tan potente que ya nadie se acuerda –si lo dejas caer, te lo negarán orwellianamente– de que el PSOE se llevó una tunda descomunal en las elecciones autonómico-municipales y perdió –aunque consiguió agarrarse a los restos del naufragio– las generales del 23-J. Como corresponde en tiempos de moral líquida como los que vivimos prevalece el innoble “Todo por el partido” de la dirigencia socialista sobre el abnegado “Todo por la patria” del que se ríe el asesino Ternera en el documental de Jordi Évole. Quien, por cierto, insiste en llamarle por su apellido en un intento inútil y bastante cabreante de humanizar a la bestia.
Pedro es un farsante que ya no engaña a nadie y menos que nadie a sus votantes, que están encantados de beber a diario de las fuentes revitalizantes del sanchismo. Así que a nadie ha extrañado que el guapo de Tetuán recurra de nuevo a la pamema del diálogo y se pliegue a las exigencias de secesionistas y ultras de toda laya, por más que semejantes compañeros de viaje sean, por naturaleza, insaciables y, por talante, impermeables a los gestos de buena voluntad. Bajo el envoltorio de atildado galán de tranvía –según el brillante hallazgo de Cayetana– se esconde en Sánchez un tipo ignorante, pero resuelto, un político arribista y maniobrero cuya ambición desmedida le permite pasar por alto una reflexión de carácter moral que debería ser prioritaria para cualquiera que se dedique al servicio público: si todo vale para alcanzar el poder y mantenerse en su ejercicio.
En uno de los debates preelectorales, Gabriel Rufián le recordó al candidato del PSOE que fueron los republicanos quienes le obligaron a indultar a los “presos políticos catalanes”. El presidente, con su desfachatez habitual, respondió así al líder de Esquerra: “El independentismo pedía la amnistía, y sólo tiene un indulto parcial que respeta la condena por inhabilitación”. Dos meses después el soberanismo ya da por amortizada la amnistía y se prepara para sacarle al presidente la manteca del referéndum.
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