Rafael Padilla

Periodismo de trinchera

Postdata

22 de octubre 2023 - 00:00

Vaya por delante que ser periodista hoy no debe ser nada fácil. En un mundo fascinado por las redes sociales, que simplifican y polarizan el pensamiento y desinforman sin pausa ni recato, ejercer el oficio con independencia y objetividad tiene indudable mérito. De hecho, en demasiadas ocasiones no es ni tan siquiera lo que espera el ciudadano: éste, antes que ilustrarse, prefiere encontrar voceros que le den la razón, que adveren la certeza de lo que piensan. Muchos periodistas caen en tan ventajosa tentación: proliferan los especialistas en rebatir y no en debatir, incapaces de otorgarle un mínimo valor a las tesis del contrario. Eso es el periodismo de trinchera, un modo de periodismo que contempla la realidad como una batalla de buenos y malos en la que cada cual –siempre por supuesto en el bando de los buenos– tiene la sagrada obligación de ametrallar al enemigo.

Así, en nombre de la causa, se sacrifica la misión de comunicar noticias y de argumentar sin prejuicios para que los destinatarios puedan escoger libremente sus propias opiniones. Señala Francesc de Carreras que este tipo de periodismo tiene poco de democrático. Se mueve, añade, en el universo de la fe y de las creencias y, aunque suele autocalificarse de progresista, no conduce a progreso ninguno, sino al bloqueo de las mentes y al fundamentalismo.

El daño que produce es irreparable. Razonaba Hannah Arendt que la libertad de opinión se convierte en una farsa si no se respeta la información veraz y la autenticidad de los hechos y dichos. De lo contrario se abre un espacio de relativismo absoluto en el que las verdades factuales se transforman en meras apreciaciones. Aquí nos jugamos, concluía, la realidad común, sin la cual no hay sociedad viable.

Existe, claro, otro periodismo, ahora minoritario, que busca la veracidad de los hechos, respeta y fomenta la diversidad de juicios y, poniéndolo todo en duda, intenta explicar honradamente lo que sucede. Para sus ejercientes, las noticias son objetivas y las opiniones libres y subjetivas. Comprenden y aceptan que su labor no estriba en adoctrinar, sino en proporcionar mimbres para que cada uno construya su verdad.

El periodismo de trinchera, en cambio, es mentiroso, deshonesto, activista y servidor del poder. Conviene, al menos, recordarlo en estos tiempos críticos y convulsos, en los que tan vital profesión anda en buena parte uniformada y se contenta con ser la sumisa voz de su amo.

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