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Sintencia es una palabra que no está recogida en ningún diccionario académico, pero cuyo origen se remonta al siglo XVIII, cuando se empezó a utilizar para diferenciar la capacidad de pensar de la de sentir. Este mes de enero los animales de compañía han dejado de ser cosas en España. La ley los considera ahora seres sintientes, seres vivos dotados de sensibilidad. Algo que cualquiera que tenga un perro encuentra de lo más natural. Hay historias perrunas que dan testimonio de ello. La de Bobby, por ejemplo, de cuya muerte se cumplen ahora 150 años, y que hizo de la lealtad a su dueño el motor de su vida. La historia del pequeño skye terrier es también la historia de John Gray, un policía de Edimburgo con el que patrulló el animal hasta que la tuberculosis se llevó a su amo en 1858. A su muerte, Bobby permaneció durante catorce años junto a la tumba de Mr. Gray, ganándose el cariño de los visitantes del cementerio de Greyfriars. Los habitantes de Edimburgo adoptaron al perrillo, cuidándolo y llevándole comida a diario. Cuando Bobby murió, su historia alcanzó estatus de leyenda. A la entrada del cementerio el Ayuntamiento colocó una lápida en su memoria, junto a la que los niños dejan palos de madera para que Bobby se entretenga. Por iniciativa de una baronesa, se levantó también una estatua en su honor, que miraba en dirección a la puerta del cementerio. Años más tarde, el propietario del bar Greyfriars Bobby pagó de su bolsillo la restauración de la estatua y la colocó mirando hacia el otro lado de forma que el nombre de su bar apareciera en todas las fotografías que tomaban los turistas.
Este año hará también veinte desde que un Volvo oscuro atropellara mortalmente a Canelo, el perro de Cádiz. La historia de Canelo empezó en 1990, cuando su amo ingresó por última vez en el Hospital Puerta del Mar -La Residencia- para someterse a una diálisis. Esa mañana los dos amigos se despidieron como de costumbre, con un "espérame aquí, compañero", una frase que explica la vida de Canelo a partir de ese momento. Ese día algo se torció y el perro aguardó paciente a su dueño a la puerta del hospital los siguientes doce años. Hasta que lo mató un tipo insensible -que huyó sin atenderlo-, cuando el perro cruzaba un paso de cebra. En el callejón lateral del hospital, donde solía tumbarse al sol, los gaditanos colocaron una placa en su honor. Dedicada al mejor amigo del hombre.
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