Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Cambio de sentido
Me da mucha lástima de quienes, mientras la voz Georgie Dann causaba el regocijo del populacho, caían en el esplín por leer prematuramente a lord Byron. Eran muchísimas -demasiadas, se diría, según infiero de los comentarios displicentes a la muerte del cantante- las personas de este país que ya en los 80 despreciaban la chabacanería de sus ritmos calientes. No es mi caso. Mi infancia son recuerdos de cintas de casete / de Dann y de Bambino, de Pink Floyd y Perales. Era lo que había, y no es poco. En mi primera memoria guardo los momentos de estar ejecutando, a mi entender, una impecable coreografía con bailarines invisibles mientras canto "Mami, ¿qué será lo que quiere el negro?". Quien arguye que este, ni ningún otro tema de Dann, es apropiado para una niña es porque no ha escuchado las expresiones ni las letrillas picantonas que aprendí en mi niñez de las aceituneras o en casa de mis tías. A ninguna de estas letras sin contenido explícito -que hoy no pasan ni medio filtro- la chiquillería le sabía sacar dobles sentidos. Los mayores, por su parte, vivían los sones de Dann con una falta de perversidad que ya la quisiéramos ahora, en estos tiempos de Sálvame, influencers tarambanas, tuiteros faltones y youtubers cátedros de la vida. Curioso: murió Raffaela Carrà -con letras y conteneos también cuestionables según la contradictoria y gazmoña moral de hoy- y murió una diosa; murió Georgie Dann y lo tratamos de mendigo de la cultura pop. Será porque el parisino tenía la misma cara de media ración que el resto de España y, eso, con lo que nos identificábamos entonces, ahora, que nos creemos mejores, no se lo podemos perdonar.
Andado el tiempo, debido a mi inclinación oulípica a los juegos de palabras, a la antipoesía y a la literatura potencial, descubrí en Georgie Dann a un estupendo facedor de endecasílabos ("¡Qué ricos los chorizos parrilleros!" o "¡Qué bueno es este vino de garrafa!" son endecasílabos enfáticos perfectos) y alejandrinos (¿qué es si no "Yo tengo un chiringuito a orillas de la playa"?). Dann no sólo sabía de música, tras pasar nueve años en el Conservatorio de París, sino también de métrica. Dirán que ya podría haber usado sus dotes en composiciones más elevadas. No es el primer artista de la legua que durante los 80 se ganó la vida entreteniendo a España con un ritmo facilón. Esos artistas de entonces -y ese público también de antaño, que son nuestros mayores- nos dan sopas con ondas en alegría, modestia y dignidad.
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