Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Cuchillo sin filo
Feminista, ecologista y sólo le faltó decir pacifista. Son los ísmos de Pedro Sánchez, adalid de las vanguardias con ese estandarte de la justicia social, si no es social no es justicia para convertir la expresión en pleonasmo, que suena a peronismo joseantoniano. Uno no entiendo con el uso tan sectario que el general enterrado en Cuelgamuros le dio a la palabra Paz, incluida la monserga propagandística de sus 25 Años de Paz, que se encontraron con el regalo simbólico del gol de Marcelino a la Unión Soviética, cómo la progresía mantiene ese empeño en demonizar acríticamente la palabra Guerra. La esgrimen como un espantajo para aventar fantasmas. En la memoria está el uso interesado del No a la Guerra utilizado con fines electorales y electoralistas. Daba igual que Fernando Reinares mostrara con datos en su libro Matadlos que los atentados del 11-M fueron planificados en Karachi, muy lejos de Leganés, antes de que Aznar decidiera enviar un contingente testimonial de tropas a Iraq. Más reciente es esa pancarta ofensiva hacia el rey Felipe VI cuando asistió al aniversario de los atentados de Barcelona: Vuestras guerras, Nuestros Muertos, insinuando un complot entre Monarquías, como un Juego de Tronos con guión de Maquiavelo.
El festival de Venecia lo ha clausurado la película japonesa de un samurái pacifista. El epílogo de los samurais de Kurosawa que dieron lugar a Los siete magníficos. Hay palabras que las carga el diablo. Guerra y Paz están entre ellas. El anuncio del Ministerio de Defensa de la anulación de un contrato de fabricación de bombas con destino a Arabia Saudí llevó la inquietud a los Astilleros de Cádiz, que cuentan con carga de trabajo para fabricar varias fragatas de guerra con destino a ese país. El pacifismo de manual no contaba con ese efecto dominó. No eran los malditos burgueses los que se rebelaban, sino los currantes con tirabuzones ya cansados de los nuevos fanfarrones.
La demagogia, como la mentira, tiene las patas muy cortas. Como decía un personaje de El último combate, el western crepuscular de John Ford en el que aparece mi padrino el cheyenne Cuchillo sin Filo, "hay hombres peores que la guerra". En Televisión Española, cada vez que informaban de la rescisión del contrato, salían imágenes de niños yemeníes masacrados con esas bombas. Imágenes reales de un conflicto más complejo. Hay cosas peores que la guerra. La manipulación es una de ellas.
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