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Habladurías
ANTE todo, mucha calma. Es la mejor receta que se le ha ocurrido frente a la crisis a este campeón de la flema que nos preside el Gobierno. Ante la avalancha de titulares de prensa empeñados en contar miserias económicas y meneos financieros, con todos los telediarios obsesionados por explicar en cifras la ruina de los españoles, llama la atención que nos lleguen desde Moncloa estas sencillas fórmulas espirituales, como sacadas de un libro de autoayuda, que vienen a contrarrestar la ola de materialismo que nos invade.
Un presidente que, ante la adversidad, invita a los seis millones de parados a seguir los pasos del santo Job, y que nos prescribe afrontar los desastres con paciencia mineral, es un presidente que, contra la imagen que tenemos normalmente de los gobernantes, se nos revela como una especie de monje tibetano, un maestro del budismo zen que, si no fuera por la cosa del protocolo, casi podría comparecer en el Congreso con túnica y la cabeza rapada.
No sabemos si esta corriente de estoicismo a lo oriental que se predica a los ciudadanos asfixiados por la crisis cuajará en alguna "ley de la paciencia" que imponga resignación en todos los ámbitos de la vida civil. No sabemos si en las oficinas de empleo empezarán a quemarse varitas de sándalo para apaciguar a los parados más correosos. Tampoco sabemos si en la próxima reforma educativa se contempla la inclusión del yoga como asignatura obligatoria. Ni si en los hospitales habilitarán templos para iniciarse en los misterios de la meditación trascendental mientras se espera turno. Pero sería cuestión de ir planteándolo.
Sí que conocíamos la importancia que tiene la paciencia cuando se trata de viajar en avión. O cuando toca ir a la playa un domingo de agosto. Pero lo que no sabíamos es que el desempleo, el fracaso escolar y el deterioro del sistema sanitario también se pueden resolver cruzándose de brazos, controlando la respiración y alcanzando ese equilibrio espiritual que dicen que se alcanza al anular la conciencia y entrar en armonía con la naturaleza.
Es fantástico que el propio presidente del Gobierno apele a una virtud tan austera como la paciencia. Sobre todo ahora que, sobre el habitual montón de las facturas, tenemos que añadir la sangría de los impuestos. Es fantástico, digo, porque el funcionario de Hacienda que tenga que recogernos la declaración de la renta entenderá perfectamente nuestras razones cuando le digamos que este año, como nos toca pagar, vamos a pedir al fisco que se arme de paciencia, ya que no pensamos hacerlo mientras no escampe. Será maravilloso cuando lleguemos al banco a pedirles calma en el cobro de recibos, o cuando, ante los números rojos, expliquemos que las prisas no son buenas consejeras, y sea el propio director de la sucursal quien, con esa sonrisa beatífica que impone la paz interior, nos reciba en su despacho, sentado sobre el parqué en la postura del loto, pida que nos descalcemos y que hagamos el favor de acompañarle a tomar un té con cardamomo.
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