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Nuestra democracia ha atravesado la última línea roja marcada en 1978. El pacto de gobierno en Castilla y León es el colofón a la deriva populista que se inició aquel lejano 15-M, fruto de la desidia de los dos grandes partidos, su silencio ante los problemas reales, su lejanía de los ciudadanos y su incomprensible pasividad ante la corrupción. Propia y ajena. Nadie debe poner en duda la legitimidad de esta coalición como no debió hacerse con otras cuando el populismo que empezó a pisar moqueta fue el izquierdista. Son fruto de la voluntad popular expresada libremente en las urnas. Pero no por ello deben aceptarse abdicando de crítica y análisis, ni renunciar a exponer, como entonces, los peligros a los que nos enfrentamos y las posibles consecuencias. Similares a las que sufrimos desde hace años gracias a los delirios y tics autoritarios provenientes de la izquierda.
Es lamentable leer y escuchar desde el PP las mismas excusas con las que el PSOE intentó convencernos de la entrada en el gobierno de Podemos. La negativa del presidente Sánchez a pactar con ellos no fue menos dura que las palabras del señor Casado en la moción de censura presentada por Vox. Ninguno de los partidos ha cumplido su palabra. Tampoco es novedad. Lo que ya parece un déjà vu son los ataques y defensas del pacto. Sólo han modificado las fotos a los memes, cambiando a las Brigadas Internacionales por el Frente de Juventudes. Recuerda aquellos tiempos algo lejanos en los que Fidel Castro y Pinochet eran dictadores pero más o menos en función de la ideología de quien los criticaba. Y entonces, como ahora, concluyo que el circunloquio es mal acompañante de la fortaleza de los principios.
Las elecciones en Castilla y León eran innecesarias. No sabemos si este pacto es el canto del cisne del casadismo, la inauguración del feijoísmo o una consecuencia del evidente vacío de poder que hoy sufre el PP. El gobierno castellanoleonés será o no eficiente, pero actuará como vocero del populismo derechista. Y en esta campaña propagandística el PP y el centro derecha español pueden salir muy escaldados. El populismo siempre tiene audiencia. Ofrece soluciones simples para problemas complejos. Se dirige al corazón y no a la razón y erosiona la democracia. La polarización de nuestra política deja huérfanos a quienes detestamos los bloques de enemigos políticos y anhelamos la pacífica convivencia entre adversarios.
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