La ciudad y los días
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Confabulario
Con la normalización o casi de la vida cotidiana, se han abierto las primeras hostilidades entre el Gobierno y la pluralidad de sus adversarios, cada día algo más numerosos y corpulentos, en un duelo a primera sangre que acaso llegue a su paroxismo tras el interregno veraniego, cuando el crepúsculo de la economía haga sonar sus fúnebres violines sobre nuestras cabezas. De momento, el Gobierno ha resucitado el asunto del Rey emérito, pensando que de este modo la canícula se pasará en un ¡ay!, ante la amenaza o la esperanza de una tercera república. Sin embargo, con o sin república, con o sin desmembración de España, lo cierto es que el Gobierno anda ya barajando la subida de la edad de jubilación y otros cálculos gravosos para nuestros mayores; cálculos cuya necesidad no quitará que atraigan sobre el señor Sánchez una inquietud vasta e ingobernable.
Hasta ahora, el Gobierno se ha podido agenciar un enemigo cómodo y vistoso (el Estado profundo, la conspiración de los jueces, los cuartos de bandera, etcétera), abusando de la lealtad de las fuerzas de orden público y de la natural parquedad de las instituciones. Esto le ha servido para distraer un punto la atención de la ciudadanía, mientras sorteaban las primeras ofensivas de la oposición y de quienes, desde distintos ámbitos, se habían mostrado críticos con su actuación durante la crisis. Ninguno de ellos, Gobierno y oposición, parece que vayan a salir fortalecido de esta desesperada carrera hacia el otoño. Y tampoco parece que la arboladura misma del país vaya a escapar sin daño a esta predación política y social, que tal vez se halle sólo en sus inicios. Volviendo, sin embargo, a la cuestión económica, no sería extraño que fueran las algaradas de los pensionistas, y no las conspiraciones que tanto parece temer el actual Gobierno, quienes acorralen un discurso -el suyo-, que entonces ya no podrá señalar a ningún enemigo torvo e ilocalizable, sino que habrá de ceñirse a los aburridos datos y recomendaciones de la UE.
La verdad es que uno desearía un otoño menos inhóspito que el que se avecina. Y que la merma de gastos del Estado nos azotara como una brisa y no como una recia tolvanera. El Gobierno debe ser muy consciente de todo esto; de ahí la prisa que se da hoy en eliminar adversarios, como quien vaporiza marcianos en un video-juego. La impresión que se extrae de ello es, en cualquier caso, melancólica. El Gobierno se dirige hacia el otoño como Jerjes marchaba a las Termópilas.
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Gracias, Errejón