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Su propio afán
La otra noche fui con mi hija Carmen (13) a ver la última película de Hayao Miyazaki, titulada El chico y la garza. Los demás prefirieron quedarse en casa, cansados. No podía esperar a que los agotados de la familia se recuperasen: me urgía verla para escribir una reseña. Fue, además, un estupendo plan de padre –al que en estas circunstancias se le pone cara de divorciado– con su hija.
Ahora, sin embargo, me toca hacer la reseña. Le he preguntado a la niña qué diría ella. Mis hijos me sacan de muchos atascos creativos. Como estoy a favor del Medievo y del sistema gremial, imputo su indispensable ayuda a la contabilidad familiar, como cuando todos los miembros de la familia contribuían al trabajo artesano. Esta vez la respuesta preadolescente parecía que no me iba a servir. Me ha dicho, de paso: “Yo, como no se pueden hacer spoilers, contaría el principio, y ya”.
¡Vaya birria de ayuda! Para la crítica cinematográfica, no va a valerme. Sin embargo, para este artículo, es una inspiración maravillosa. Me lo ha dado hecho con dos ideas excelentes.
La primera: el crítico de cine tiene que andarse con mucho tiento con los destripes, es verdad. Pero el columnista, el crítico de la vida o el poeta pueden estar tranquilos, porque quién sabe cómo acabará todo esto. De hecho, la gracia está en todo lo contrario. Tratar de adivinar cómo irán terminando las cosas. Si alguna vez se acierta con algún pronóstico político o económico o biográfico, es increíble, y el lector, a diferencia del que acude a una reseña cinematográfica, lo agradece y lo aplaude, asombrado. Si uno no acierta, es lo normal, pero, aun así, contribuye a la espectacularidad delplot twist. Teniendo en cuenta que escribo de cine de Pascuas a Ramos, mejor que sea más fácil para la práctica casi cotidiana de mis columnas.
La segunda idea encadenada: los principios. Sabiendo por experiencia propia y ajena la afición de la vida a darnos sorpresas y a destriparnos los destripes, al final lo único con lo que podemos contar son los principios. Todo lo demás, está en el aire. Por eso, las personas que venden sus principios para lograr sus fines se tiran de cabeza al vacío. Renunciar a los principios es abandonar el único suelo firme que la vida nos permite. Y viceversa: ser fiel a ellos es saber que al final lo más importante saldrá bien. Una vida con principios augura un final, sin duda, incierto, pero, a la vez, redondo.
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Gracias, Errejón