Fernando Taboada

Provocadores

Habladurías

03 de marzo 2019 - 01:31

Al Rey hay que meterle fuego. Es lo que muchos han querido interpretar en la obra más polémica de la última Feria de Arte Contemporáneo. Y lo han interpretado muchos porque la obra en cuestión (que representa a Felipe VI con fatigoso realismo) mide cuatro metros y cuesta un dineral, pero además el mecenas que tenga la ocurrencia de adquirirla estará obligado, por exigencias del autor, a quemarla inmediatamente. Lo que no sabemos es lo que habrá que hacer luego con las cenizas.

A muchas personas este ejercicio de pirotecnia creativa les parecerá un atentado contra España. O un atentado contra la monarquía. O cuando menos, un atentado contra las normas básicas del protocolo, porque eso de andar tostando reyes como se quemaba antes a las brujas ni es propio de un Estado de derecho ni siquiera es de buena educación. Pero también hay que entender al autor de la cosa. A lo mejor a él lo que de verdad le gustaría en esta vida es pintar bodegones, o escenas de caza para decorar el salón, pero no le queda otra manera de hacerse notar en este achuchado mundo del arte contemporáneo.

De hecho, pocas tradiciones hay tan arraigadas en nuestra cultura como la manía que tiene el artista que quiere ser contemporáneo de hacer el gamberro. Por eso a nadie le sorprende que en este tipo de muestras se exhiban como propuestas rompedoras una montaña de neumáticos, o una montaña de bolsas de basura, o una montaña de sillas, o de pañuelos usados (que a la hora de provocar no hay mejor fórmula que amontonar cosas y ponerle un título que no tenga nada que ver.)

Esta vez se ha tratado de una escultura del Rey hecha con material inflamable. Pero hace años fue una imagen de Franco metido en un expositor de cocacola. Y pronto podría tratarse de un retrato ecuestre de la alcaldesa de Madrid en biquini, o una foto de alguna infanta practicando el canibalismo en Palacio.

Si estará arraigada esa tradición de molestar a los puritanos, que se acaba uno preguntando si en tiempos de Velázquez no habría también artistas de vanguardia que retrataran al conde duque de Olivares meando en la fachada de El Escorial o al papa Inocencio X bailando la danza de los siete velos.

Lo que está claro es que antiguamente los artistas malditos las pasaban canutas para que les compraran un cuadro y que ahora, sin embargo, son los primeros en colocar sus paridas en los museos sin necesidad de cortarse una oreja.

Además, el abanico de provocaciones para elegir es tan amplio que el arte contemporáneo tiene el futuro asegurado. Mientras haya gente que se escandalice, no faltarán artistas que enmarquen vírgenes con bigote al óleo o retratos de los profetas fumando marihuana. Pero eso hasta que alguien descubra que lo realmente escandaloso hoy es colocar azafatas despechugadas, o celebrar un combate de boxeo donde el público fume y apueste a lo grande. Entonces será cuando haya que considerar si no nos estamos pasando con la libertad de expresión.

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