
Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Latinidad
La esquina
Los avisos de Biden no eran interesadas proyecciones de una histeria preventiva (como las armas de destrucción masiva de Sadam), sino productos genuinos de unos servicios de Inteligencia que aún funcionan. La guerra era inminente, sí, y ha sido preparada concienzudamente durante meses para que dure sólo días. Un relámpago de muerte, destrucción y horror.
La "operación militar especial" ordenada por Putin culmina, en realidad, una estrategia diseñada por el nuevo zar de Rusia con dos objetivos que se retroalimentan: la reconstrucción del imperio soviético, que se arruinó desde dentro, sin agresión exterior, y el regreso a la Europa de los bloques, con sus áreas de influencia y sus fronteras a interés de cada superpotencia.
Hace años que el antiguo oficial del KGB y su cohorte de oligarcas y militares autocráticos han puesto en marcha la llamada guerra híbrida contra el mundo occidental y democrático: ciberataques, desinformación, apoyo a los populismos, xenofobia... Ahora han pasado directamente a la acción bélica. A la invasión de un país libre al que se arrebata su soberanía por la fuerza y al que se impondrá enseguida un Gobierno títere al servicio de los agresores.
Todo ello envuelto en las grandes mentiras -es sabido que la primera víctima de la guerra es la verdad-, los cuentos con los que, como escribiría quizás León Felipe, Putin mece la cuna de sus súbditos, consolados en su ruina económica y social por un orgullo de potencia militar que no decae. De los súbditos, y de los compañeros de la Internacional despótica que se han alineado disciplinadamente con los invasores. Lo mejorcito de cada continente: Bielorrusia, Cuba, Nicaragua, Venezuela, Siria, Irán.
Las mentiras son hasta ridículas, pero pueden funcionar en el mundo bipolarizado. Tienden a hacer creer a la gente que en realidad es Rusia la agredida, que Putin ha actuado ante una amenaza grave ("Los planes perversos que pretenden rodear militar y estratégicamente a Rusia", ha dicho Nicolás Maduro), que los separatistas prorrusos son víctimas de un genocidio y que Moscú se conformará con desnazificar Ucrania. Como culpar a los judíos del Holocausto...
Lo verdaderamente trágico y desolador es que la verdad de Ucrania no la salvará. Su destino está marcado de modo inexorable. Será sacrificada, está ya siendo sacrificada, y no se puede hacer nada distinto a lo que ya se hace para salvarla. ¿O declaramos la Tercera Guerra Mundial?
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