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La peculiaridad principal de los jerezanos en la diáspora respecto a los desplazados de distinto origen es que expandimos nuestra jerezanía en todo lo que hacemos y esto ocurre sin excepciones, ya seas panadero, cantaor, banquero o constructor.
Un ejemplo vivo de lo que les cuento es mi amigo y paisano nuestro Diego Gil, que desde hace justamente 25 años -este 2017 hace bodas de plata- lleva captando para la causa de Jerez y del jerez a cientos de madrileños y afines, con las excelentes comidas y vinos de nuestra tierra que ofrece en su casa, el restaurante 'La Quinta', situado en la calle Suero de Quiñones, 24, justo a la espalda del Auditorio Nacional, uno de los centros culturales más importante de nuestro país.
Los lectores fieles de esta sección ya sabrán que Diego lleva colaborando durante años con el acto principal de los Jerezanos de la Diáspora en la capital del Reino, nuestra berza navideña. Pero esta vez quiero hablar sólo de él y su casa, es por ello que ayer sin pensármelo dos veces, me fui a comer a La Quinta. Y vaya homenaje.
Aunque no lo parezca, por su aspecto juvenil, Diego lleva ya 40 años en la capital. Llegó en el año 1977 -en plena movida madrileña- y mientras Alaska, Almodóvar y compañía pintaban de colores brillantes las paredes grises de la capital del Reino, Diego curraba y curraba, con un objetivo claro: ser el mejor en lo suyo. Y tengo que decir que lo ha conseguido.
Diego Gil tuvo una escuela inmejorable y es que desde los 16 a los 28 años estuvo trabajando de cocinero -y los días que libraba de camarero, es decir, doce años sin descanso- con su tío, el reconocido Rafael Pantoja, propietario del mítico restaurante madrileño 'Los Borrachos de Velázquez'. Gracias a ese titánico esfuerzo, Diego se doctoró en gastronomía y lo mismo te habla de un concierto de Mozart, ahora que es vecino del Auditorio, que de Caracol. Ahí es ná.
Ir a La Quinta no es ir a un restaurante cualquiera. Es ir a la casa de Diego y la casa de Diego es Jerez. Para empezar, su logo es una foto de la Plaza del Caballo, y a través de su elegante cartel en el exterior, es la pareja equina más famosa de nuestra ciudad la que con su innegable aire regio, recibe a todos los clientes de nuestro paisano hostelero.
Y no sólo eso, sino que en la decoración interior también son protagonistas las principales referencias de nuestra ciudad, ya que depende la mesa en que te sientes te puede escoltar desde un cuadro del Alcázar, otro del Gallo Azul, de la iglesia de San Lucas o un cartel antiguo de Domecq, de cuando Jerez se publicitaba sin complejos ante el mundo entero.
Todo lo que comas en 'La Quinta' es puro disfrute. Diego te hace el mejor pescado del día como tú quieras, la mejor carne como se te antoje -no se pierdan el rabo de toro que quita el sentío- y la mejor berza de Madrid y más allá. Y de postre, si tú se lo pides, te prepara en un santiamén bañado con brandy de jerez el mejor soufflé que me he comido en la vida. Y es lo que hay. Diego no tiene dobleces, es todo claridad.
Sorprende ver cómo su clientela es prácticamente familia. Y en su casa coinciden magistrados, empresarios, reales clientes o simples abogados como este servidor, que lo que buscamos es estar un rato como en casa. Y como nuestra casa está en Jerez, visitando a Diego lo conseguimos de sobra.
Con un trato afable y cariñoso, Diego, mientras te toma la comanda, se toma una copa de fino contigo. Y te habla, te recomienda y te alegra. Y lo mejor es que a todos sus clientes, vengan de donde vengan, lo primero que les ofrece es una copa de jerez.
Tanto es así que mientras ayer comía mi berza con manitas, no pude evitar escuchar a un septuagenario cliente con pinta de sabio, decirle a Diego: "No sé cómo lo haces, pero tomarme una copa de fino en tu casa es como entrar en el cielo sin haberme muerto". Pues eso, quien lo quiera experimentar, ya sabe dónde está el paraíso terrenal.
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