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Marco Antonio Velo
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tribuna libre
MANUEL Guerrero y Lozano, nacido en 1872, cuando la ciudad de Jerez estaba en pleno apogeo vitivinícola e industrial, debió de cumplir un sueño de juventud cuando al final del siglo diecinueve se casó con María de los Dolores González Gordón, hija del bodeguero don Pedro Nolasco González de Soto, quien fue el primer marqués de Torre Soto de Briviesca, por sus méritos empresariales. Mas, no por el hecho de contraer matrimonio con una de las jóvenes más interesantes de su sociedad, ya que el provenía de una destacada familia de labradores procedente de la Sierra, cuyo propio padre, don Manuel y su hermano don Pedro Guerrero y Castro, eran pioneros en el buen hacer de la agricultura y ganadería caballar local, sino porque este nuevo vínculo familiar supuso la alianza con una familia cuyo cosmopolita patriarca y su devota esposa aportaban esas cualidades que entonces se esperaban en las damas y los caballeros de la época: cortesía, idiomas, religiosidad y bonhomía, en definitiva.
Me ha interesado exponer el abolengo que antecede para situarles en su entorno al caballero - premiado, a título póstumo, con el Caballo de Oro - don Ramón Guerrero y González, recientemente fallecido, cuya vida dedicada a su gran familia, a su patrimonio, a sus consejos de administración y a sus numerosos amigos y primos-hermanos - tenía casi cincuenta de los últimos y muy allegados- fue un modelo de afectos, logros y amabilidades.
Vivió Ramón Guerrero, junto con sus cuatro hermanos y hermanas, en una hermosa casa de la calle Corredera, junto a la que estaba - como entonces era tradicional- otra o asesoría dedicada al despacho del campo, desde donde se dirigían La Mariscala y otras importantes explotaciones agrícolas, y detrás de la estación de ferrocarril, junto al parque del Retiro, estaban las Bodegas de Guerrero Hnos. y las cuadras de, tal vez, la más afamada yeguada de pura-sangre inglés, caballos de carreras, que ha tenido nuestra ciudad.
A partir de los años veinte del siglo pasado, Guerrero González vivió no sólo los éxitos profesionales de su señor padre y de su tío Pedro, y los desvelos espirituales de su señora madre, sino el de sus caballos en los hipódromos y de sus vinos en los mercados nacionales. Así como, en el segundo orden citado, la consagración a la vida religiosa del beato Pedro, sacerdote jesuita, su hermano, quien tras renunciar a las cosas mundanas, guapa novia, automóvil, gimnasio privado propio y las cosas del campo, que tanto gustan a los propios del Sur, murió en olor de santidad. Pero, estos méritos ajenos que cito, el efecto que tuvieron fue agrandar la personalidad de Guerrero González, que en los años cincuenta pasados casó con Maruchi Domecq Pemán, con quien tuvieron nueve hijos.
Consejos de administraciones, propios y participados, consejero en uno de los primeros hoteles de la recién nacida Costa del Sol y cadena hotelera nacional, presidente en otra de las más numerosas cadenas de hostelería de los años ochenta; sin dejar nunca su atención por los Matrimonios de Ntra. Sra., de los que fueron cofundadores locales y sus desvelos por la Iglesia y los necesitados.
Como recibió de sus abuelos, mencionados al principio, logró transferir a sus hijos y nietos, el amor por el campo, la bodega y por el caballo. Que en esta Feria del Caballo, en cuyo comité fundador participó activamente ya en 1954, se le ha rendido el más merecido de los homenajes, en el que han participado cerca de un centenar de sus descendientes y cientos de los amigos, que tenía por sus desvelos y atenciones perennes de caballero español y jerezano.
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