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Jerezanos bizarros de ayer y siempre
Jerez/NOTA INTRODUCTORIA: El 13 de enero de 2023 el tanatorio de Jerez recibió una extraña petición. Un grupo ecologista reservó una sala durante 15 días, cosa nunca vista. Con todo, lo más curioso era que, en lugar de un cuerpo humano, lo que se veló fue el cadáver de un ratón. El individuo había fallecido poco antes a causa de un severo problema de cirrosis y era uno de esos ratones que entretienen a los turistas bebiendo en una conocida bodega. No era el primero en padecer tan penosa muerte, pero en esta ocasión ciertos colectivos montaron en cólera y llamaron a Greta Thunberg para que apoyase su protesta. La activista se encontraba en Zaragoza y necesitó cierto tiempo para llegar en burro a Tarragona y desde allí embarcarse en un velero que la dejó en El Puerto de Santa María, para continuar andando hasta Jerez. El discurso fúnebre de Greta fue demoledor. Acusó al sistema capitalista (y a la conocida bodega como su vicaria en Jerez) de asesinato, maltrato animal continuado y corrupción de roedores. El escándalo fue tal, que la conocida bodega retiró la atracción al ver que, tanto sus ventas, como el flujo de visitantes se desplomaron en los días sucesivos. Es justo en esos momentos cuando empieza el relato de Nolasco.
RELATO DEL RATÓN PEDRO NOLASCO (transcrito por Agustín García Lázaro según las notas que dejó el pobre animal): Hace poco que ha muerto el abuelo Críspulo. Tenía la barriga hinchada, la nariz colorada y voz de mollatoso. Bueno, no sé por qué digo esto, por que a partir de cierta edad todos acabamos igual. Hasta ese día vivíamos felices bebiendo y durmiendo. No había grandes preocupaciones. Tan sólo teníamos que ser puntuales a la hora de subir a la copa para que los extranjeros nos hicieran fotos. El resto del tiempo transcurría tranquilo en la penumbra de la bodega. No se sabe por qué un día no pusieron el vino y trajeron a unos perros ratoneros que acabaron con todos nosotros. Todos, menos yo, que pude escaparme a la calle. Entonces supe lo que había perdido.
He buscado refugio en casa de unos primos que viven en el convento del Espíritu Santo. Allí no se está mal, hay comida y paz, pero falta el vino. No ha pasado una semana cuando la sangre me pide a gritos alcohol. Les cuento a los parientes mi problema. Por más que han intentado convencerme, he tenido marcharme. Mi tía Dionisia me ha dicho que hay unos lugares llamados tabancos donde no dejan de servir vino. Tal vez allí quieran a alguien como yo, que sabe subir por una escalera y sorber de un vaso.
Pasear por Jerez no es complicado. He visto muchos gatos callejeros, todos gordísimos, porque parece que la gente los alimenta. Ya podían dejar algo de fino para nosotros... El caso es que, como están cebados, no se molestan en cazar ratones, así que podemos pasear sin problema.
Siguiendo las indicaciones de tía Dionisia llego al Tabanco Plateros. Qué bonito, y cuánta gente. Trepo por la barra y me pongo de pie al lado de un catavino. Una señora rubia que hay al lado chilla como una loca y lo último que recuerdo es a un camarero levantando una escoba. Del golpe he perdido el conocimiento y me despierto dentro de una bolsa de basura. Hago un agujero y vuelvo a la calle, con tan mala suerte que un niño me ha visto y me ha llevado a su cuarto.
Dieguito se llama el joío niño. El desgraciado me mete en una caja de cartón y me da de comer queso (oloroso, criaturita, lo que quiero es oloroso). No sé por qué me llama Pérez y me habla a cada momento de sus dientes y de no sé qué regalo que le tengo que llevar. Un día aparece mellado y me deja salir. A ver qué chuches me traes, me dice el carajote. Espera, angelito, a ver si encuentro un mojón seco y te lo pongo debajo de la almohada.
Otra vez a la calle. No aguanto más sin vino. Me tiemblan las patitas y paso muy malos ratos. Vuelvo al Espíritu Santo con la familia. Empiezo a escribir este cuaderno. Alguien tiene que saber de mis desgracias y pedir en nombre de los exiliados pintones que nos acojan de nuevo en las bodegas. Conmigo morirá una raza que no debe perderse. Hemos desarrollado una extraordinaria resistencia hepática y, por más que bebamos, jamás nos emborrachamos.
Me hablan de los botellones y voy a conocerlos. Se hacen en jardines y descampados. Cuando terminan suelen dejar cubatas sin terminar y así voy tirando. El problema es que solo los hacen los fines de semana. En realidad el problema está en que beben cosas asquerosas, muy dulces y con un sabor muy feo. Con lo bueno que está el amontillado.
Empiezo a tener sueños muy raros. Me veo vestido de marinero, navegando por océanos de palo cortado. Cuando eso sucede me levanto angustiado. Necesito vino YA.
Termino con estas letras mi triste historia. Mi tía Dionisia me ha hablado de Agustín García Lázaro, gran defensor de la naturaleza. Le voy a llevar este texto. Él será la voz de los ratones curdelas.
BREVE EPÍLOGO DE AGUSTÍN GARCÍA LÁZARO: El deber me manda escribir este epílogo. Estaba en mi butaca tomándome un brandy. Oí una gran algarabía en casa de las Niñas de Zamora. Pensé que habían ido a visitarlas Manolo Romero y Fernando Taboada, a los que adoran. Pero no. No eran gritos de alegría, sino de espanto. Acto seguido vi aparecer un ratón. Corría desde la casa de Mati y Maribel. Maribel lo perseguía con un extintor. Se coló en mi salón (el ratón, Maribel se quedó fuera). Resulta que la licorera del brandy estaba abierta. En un momento el bicho se metió dentro. No me dio tiempo a sacarlo cuando se había ahogado. Su cara era de felicidad absoluta. Lo he enterrado en el jardín. Cuando fui a visitar a las Niñas me dieron un pequeño cuaderno que trajo el ratón. El cuaderno lo explica todo. La desgracia de Nolasco debe conocerse. He decidido ha sacarla a la luz. No sé. Creo que se me ha pegado el estilo del ratón. No suelo escribir frases tan cortas. No les distraigo más. Han leído su testimonio. Es desgarrador. Conocida bodega. Olvide los cantos de sirena. Acoja de nuevo colonias de ratones alcohólicos.
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