Marco Antonio Velo
En la prematura muerte del jerezano Lucas Lorente (I)
Yo te digo mi verdad
El mejor politólogo, tal vez el mejor analista, quizá el más reputado historiador podrá aclararnos de una vez por qué en España hay palabras dignas y avaladas por credenciales democráticas que son reputadas de malsonantes. Por ejemplo, república; por ejemplo, referéndum, cuya sola pronunciación inviste de un aura antisistema y revolucionario a quien las enuncia defendiéndolas, o simplemente no atacando su esencia. Veo probable que Toni Cantó proponga su eliminación del diccionario entre los primeros propósitos que se haga para su imprescindible labor como defensor del español.
Si a alguien se le ocurre simplemente decir que quizá convendría debatir la posibilidad de convocar un referéndum sobre la independencia en Cataluña, como fórmula para aclarar definitivamente qué pasa por la mente y los corazones de los catalanes con respecto a su relación con el resto del país (o del Estado, como prefieran, me da igual), será tachado de golpista o enemigo de España. Tan poderosa es esta convicción que el propio Pedro Sánchez se ha sentido obligado a negar por nunca jamás esta posibilidad, ejerciendo, de nuevo, de mal profeta de lo imprevisible.
Sin embargo, y dando por sabido lo que dice la siempre reformable y nunca sagrada Constitución ¿por qué descartar como horrible y para siempre un referéndum? ¿Porque el resultado puede ser favorable a la independencia? No parece un argumento muy democrático, aparte de dar ya por determinado lo que piensa la mayoría. Si tan convencidos estamos de la unidad de la patria ¿no deberíamos estarlo también de que es un afán mayoritario? Y si no lo es en ciertas comunidades ¿podemos seguir negándonos a aceptar la realidad? Si la voluntad independentista de los catalanes llegara a ser muy mayoritaria (ya lo es ligeramente en el ámbito parlamentario), sería necesario plantearse qué razón democrática de Estado puede obligarlos a seguir con nosotros y por cuánto tiempo, sin llevar a la situación a las alturas de un desapego mucho mayor y una catástrofe irreversible. Ya lo dice un ilustre catalán, por cierto nada independentista, nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio…
Sabemos las dificultades de organizar una consulta con todas las garantías y en la que la gente pudiera tener libertad de pensar y votar con conocimiento de causa, pero si lo consideramos imposible es que no creemos en la política, ese arte marrullero que se convierte en noble cuando se aparta lo justo del partidismo. Los españoles ya lo han logrado antes, y no hace tanto.
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