El balcón
Ignacio Martínez
Motos, se pica
Yendo al grano
O el derrumbe de un icono. No pretendo en esta ocasión hacer leña del árbol caído, sino traer a colación una de las cuestiones que durante años ronda mi mente: a saber, ¿qué se esconde de verdad bajo las alfombras del glamuroso mundo del celuloide de Hollywood?. El modo como este actor de prestigio y renombre ha puesto fin a su vida da mucho que pensar. Alguien que visto desde fuera lo tenía todo: fama, dinero, amigos, posesiones, pero que observado desde su interior no se tenía a si mismo. Las crónicas oficiales pueden contarnos lo que quieran, pero quienes lo hemos considerado un paradigma del modo de entender la vida en películas como Good Will Hunting, (1987), dando consejos y encarrillando la vida de un joven descarriado, Mrs. Doubtfire, (1993), haciéndonos reír a carcajadas, Hook, (1991), en todo una exhibición de acción y talento, nos hemos quedado atónitos al conocer el trasfondo de una vida en apariencia ejemplar. Sus coqueteos con las drogas y el alcohol han marcado un itinerario vital, que en los últimos tiempos quedó marcado por una profunda depresión. Y aquí arranca lo que yo quiero que mis lectores consideren y saquen en limpio. Resulta que quien fue capaz de interpretar en la pantalla los más diversos papeles, quien se puso en la piel de sus personales en múltiples ocasiones, y los interpretó con maestría, no tuvo coraje para interpretarse a si mismo, no logró dominar su inclinación por aquellos vicios que lo destruyeron. Con ello no quiero decir que Williams ocultara sus problemas, pues optó por hablar de ellos públicamente cada vez que surgían, él fue franco hablando de sus depresiones y su dependencia de la cocaína y del alcohol, pero ninguna de estas debilidades fueron conocidas de primera mano por quienes lo consideramos un referente de otra forma de encarar la vida, de hacer frente a las adversidades y de combatir los miedos y fantasmas que paralizan nuestra voluntad.
Nadie pone en duda lo difícil que es la aceptación de que el Parkinson se ha alojado en tu cuerpo, que tu imagen pública en breve se verá deteriorada, pero de ahí a poner fin a la existencia dista mucho. Son muchos los actores galardonados con un Oscar que no han inclinado su vida hacia una deriva de autodestrucción y descrédito. Este es el caso de la recién desaparecida Lauren Bacall, que con 89 años, y con ganas de vivir y de darlo todo hasta que una derrame cerebral ha puesto fin a sus días. Lo que supone que no todos los actores que conocen los oropeles de Hollywood dan el mismo trato a sus vidas en la esfera de lo privado.
Por ello, y desde ahora sugiero a las productoras que en los títulos de crédito de los films y en los carteles y vallas publicitarias que anuncian los estrenos, incluyan una dirección web en la que el potencial espectador pueda contar con un breve pero exacto relato biográfico de los datos más relevantes de los protagonistas. Los que vemos cine tenemos derecho a saber qué se esconde bajo la apariencia paternal y las actitudes conciliadoras de quienes interpretan a la perfección unos papeles, cuyas prácticas están ausentes en su vida real. De esta guisa iremos al cine cuando actor y personaje no sean una dualidad, sino un modo de llevar a la pantalla lo que de imitable tengan sus vidas en la realidad.
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