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¡Oh, Fabio!
Uno de los recuerdos más persistentes que tengo del Marruecos de finales de los ochenta es el de un vagón repleto de militares. El tren se dirigía al sur y aquella abundancia de uniformes era un pálido reflejo del conflicto del Sahara. Prácticamente todos los españoles tenemos algún vínculo con aquel trozo de desierto cuyas fronteras en forma de escalera fueron trazadas con el implacable tiralíneas de la Conferencia de Berlín. Ahora mismo, entre mis manos, tengo un ejemplar de Relatos del Sáhara español (Clan editorial), antología de textos en la que figuran firmas como Francisco Bens, Edgar Neville, o Julio Caro Baroja. Especialmente emocionante es el relato en el que Ignacio Hidalgo de Cisneros -que luego sería jefe de la Aviación republicana- narra su encuentro con Saint-Exupéry. El Sahara, decíamos, está presente en el alma de los españoles, bien por motivos ideológicos y humanitarios o bien por la memoria familiar. Aunque nunca he pisado sus malpaíses, el recuerdo del Sahara siempre fue una de las conversaciones recurrentes con mi padre, que vivió su gran aventura juvenil, cuando era un bisoño oficial en aquella desértica colonia que quisimos provincia.
España no debe tener una especial mala conciencia con el Sahara. Muchos han sido los culpables del naufragio: la naturaleza, que la dotó de una enorme riqueza de fosfatos y de bancos pesqueros; EEUU, para el que este pedazo de tierra sólo fue una ficha más en el tablero de la geoestrategia; Marruecos, cuyo nacionalismo se reviste de una agresividad de la que aún veremos capítulos mucho más graves; el Polisario, que atosigó a España con actos de subversión y terrorismo en el complicadísimo momento de la agonía de Franco... Todo el mundo informado sabía que, tarde o temprano, la solución del Sahara pasaría por la fórmula autonómica dentro del Reino de Marruecos. Pero resulta cómico que políticos como Rodríguez Zapatero, Moratinos o Sánchez (que han llenado el debate público de fantasmagorías y extravagancias) nos hablen de realpolitik. Las viejas conexiones e intereses del PSOE con Marruecos han dado, al fin, sus frutos. Esperemos que este entendimiento aflore también cuando Marruecos decida que ha llegado el momento de hacerse con Ceuta y Melilla. Dos veces les hemos demostrado a nuestros vecinos del sur, en los setenta y ahora, que cuando nos aprietan cedemos. Y los marroquíes, que nadie lo dude, han tomado nota.
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