Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
En tránsito
Leo un sinfín de lamentos por la desaparición de Sálvame y por la expulsión de Jorge Javier Vázquez de Telecinco. Estos artículos hablan de Sálvame y de sus contertulios -Belén Esteban, Terelu Campos, María Patiño, Kiko Hernández, por citar quizá a los más esclarecidos- como si fueran los últimos baluartes de la civilización asediados por una banda de antropófagos. Dios santo. Hace años, Sálvame era el modelo más abyecto de telebasura que habían impuesto los perros de presa de Berlusconi en las televisiones privadas. Pero ahora resulta que estamos ante un programa refinadísimo que defendía los valores de la izquierda y del proletariado y de la lucha antifascista, gracias a que Jorge Javier Vázquez se definía como rojo y apoyaba a Pedro Sánchez y a los partidos de izquierda.
Es para troncharse. Sálvame significó desde su origen el desprecio más absoluto por los valores humanísticos más elementales. En Sálvame todo era vulgaridad, ignorancia, griterío y malos modos. Si alguien ha destruido los valores clásicos sobre los que se asienta la educación pública -el trabajo, la atención, el respeto, la lectura, el esfuerzo-, y si alguien ha arrasado los cimientos sobre los que se debería fundar una enseñanza de calidad, ese alguien ha sido el modelo de la telebasura patentado por Sálvame. Ese programa era una exhibición ininterrumpida de la peor ignorancia: la que es consciente de ser ignorante y se enorgullece de serlo (y esa es la mejor definición del fascismo, por cierto). Pues no, amigos, todos estábamos equivocados: los contertulios de Sálvame eran un grupo de refinados intelectuales que nos defendían de las hordas neoliberales que pretendían esclavizarnos. Cuando se ciscaban en la inteligencia, en la nobleza, en el esfuerzo y en la generosidad, estos grandes personajes nos estaban protegiendo del fascismo. Y nosotros, idiotas, que nos creíamos que lo único que hacían era imponer los valores más despreciables que hemos conocido.
Ay, qué equivocados estábamos. Y qué injustos hemos sido con Jorge Javier Vázquez, ese artista del Renacimiento que nos imponía sus modales caballerescos y sus gustos sublimes. No sé si se han dado cuenta, pero Jorge Javier Vázquez se parece cada día más a Mohamed V (y nos tememos que la semejanza no es sólo física). Y qué será ahora de él, pobrecito.
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