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El resultado de las elecciones generales del pasado domingo, que supuso una sorpresa demoscópica en la medida en que casi la totalidad de las encuestas pronosticaban un desenlace muy diferente, tiene a mi juicio explicaciones mucho más racionales que la de los meros errores de cálculo. La primera, y fundamental, es que existía y existe un voto socialista oculto, quizá vergonzante como aquél del PP en tiempos de González, no detectado por los profesionales de la demoscopia ni tampoco por los asesores de Núñez Feijóo, que Sánchez ha sabido movilizar, tanto por sus propios aciertos como por los errores finales del PP.
Precisamente estos últimos pueden subdividirse en los que revelan una excesiva –y al cabo fatal– confianza y aquellos otros que derivan de una gestión incoherente y pésima de las alianzas autonómicas y locales con Vox. De la desmesurada confianza, baste con examinar lo acontecido en la semana anterior a las urnas. Mientras Sánchez se multiplicaba y peleaba con todas sus fuerzas, Feijóo se enredaba en nombres de futuros ministros, apelaciones a la gran coalición y desprecios a un Vox al que incomprensiblemente sabía imprescindible. Añádase que Vox no ayudó demasiado en esos días críticos: insistir en las horas claves en los puntos menos digeribles de su programa fue de gran ayuda para espantar a los indecisos. Como señala David Fernández, todo ello frente a un Sánchez muy debilitado, mucho más que Felipe o Zapatero en sus peores momentos.
En el fondo, resalta una verdad incuestionable: una derecha dividida no ganará jamás unas elecciones generales en España. Eso y la fidelidad de los socialistas son porqués que sustentan por sí solos los números del 23-J.
No debe olvidarse tampoco que toda opción de victoria electoral pasa por obtener una cifra mínima de escaños en Cataluña y el País Vasco. La victoria del PSOE en Cataluña, convertida en el gran bastión de Sánchez, débase a lo que se deba y compóngase de los votos que se componga, dificultaba sobremanera la mayoría conservadora. Algo semejante sucedió en el País Vasco, donde los populares siguen sin obtener votos suficientes.
Andan ahora los analistas de toda ideología enfrascados en equilibrios y bloques. En esto sí arriesgo mi opinión: Sánchez gobernará España los próximos cuatro años. Lo que ya no sé es qué España, que para eso el líder, consumado funambulista, es capaz de cambiar, con tanta frecuencia y desahogo, de opinión.
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Gracias, Errejón