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El evangelista Lucas no parece dejar muy bien a Marta, la hermana de María y de Lázaro, cuando Jesús, cansado de su predicar por los alrededores de Jerusalén, aparece en la casa familiar de Betania y, ante la actitud de María absorta en las enseñanzas del Maestro, parece reprender cariñosamente a la hermana mayor, quejosa de las muchas labores que ella sola tiene que realizar. Frente a la actitud pasiva de María, Marta opondrá el contrapunto responsable y activo, un punto rebelde, como tantas mujeres de todos los tiempos que han sido los auténticos puntales de tantos hogares.
Cuando escribo, ya están de vuelta los voluntarios de la hermandad de Santa Marta de su viaje-misión a la frontera de Ucrania, esos que nada más tener noticia de la tragedia no dudaron en echarse a la carretera con todo aquello que pudieron acopiar para devolver a la vida a esos refugiados que con lo puesto huyen del más absurdo terror y barbarie. Si todavía hoy nuestras hermandades siguen teniendo un peso importante en esta sociedad descreída y posmoderna, y su influencia va mucho más allá de lo estrictamente devocional o artístico, no duden que es por su capacidad para adaptarse a todo tipo de situaciones y su facilidad para conectar con los problemas reales que nos acucian. Si ya hace unos meses la hermandad del Gran Poder sorprendió hasta a los más incrédulos con su inolvidable visita a nuestros vecinos más olvidados de cuyos frutos a diario tenemos noticia, ahora ha sido Santa Marta la que nos ha venido a demostrar que se puede ser perfectamente un cofrade del siglo XXI sin perder el norte que marca la verdad más desnuda del evangelio.
Por eso, cuando este Lunes Santo tan esperado, por tantas cosas, contemplemos el paso grande retornando presuroso con esa elegancia discreta tan suya, fijaremos la vista allí, justo detrás de esa serenidad como dormida en los brazos de Arimatea, el primer judío de su tiempo que sucumbió ante aquella injusticia que cambió el mundo, y buscaremos ese diálogo sin palabras de Marta con la Virgen, justo a su lado. Y en la hermosa expresión de su rostro, que tan bien refleja la fortaleza de esas primeras cristianas de Judea, reconoceremos la cara de tantas mujeres ucranianas que salen en la televisión vagando sin rumbo con sus hijos a cuestas y que, hoy como si fuera hace dos mil años, todavía guardan una esperanza en el coraje de un puñado de voluntarios.
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