Marco Antonio Velo
De Valencia a Jerez: Iván Duart, el rey de las paellas
Cambio de sentido
Asantiago Abascal, me refiero; a él y a su comparsa ultramontana. A éstos sí podemos llamarlos fascistas sin temor a equivocarnos ni a ofenderlos (así se tanguen y digan -casi sin aguantarse la risa- que no, que qué va). Tanta ceguera padece quien ve fascismo por doquier como quien no ve sus nítidas señales. Entro en la web de Vox. Por la imagen de portada -un frame de su vídeo de presentación, donde se ve un secarral y militares armados hasta los dientes- podría inferirse que nos encontramos en estado de sitio. Doy al play y me deleito. Les cuento su película: están "los malos" y "ellos". Me fascina la alegría con la que estos individuos, al igual que sus predecesores, se apropian de ciertos símbolos y conceptos que pertenecen a cualquiera; si ellos son España, yo soy Papúa Nueva Guinea. Continúo bicheando la web. Me decepciona el apartado llamado "tienda"; sólo venden, a un módico precio, el pin para lucir en la solapa. Podrían vender platos bonitos para colgar en el rellano, o una navajilla que ponga en el mango "Viva mi dueña". Su ideario no tiene sorpresas: son más de privilegios -los suyos- que de derechos -los de los demás-; están en contra de las autonomías, del multiculturalismo, de inmigrantes, refugiados y de todas las familias que no son como las suyas. Aquí no hay más "ideología de género" que la única y la de siempre: sus gónadas toreras. Defienden la mano dura, el taco gordo y se han pimplado al coleto el tarro de las esencias. "¡Y ésos son los que protestan de la leyenda negra!", volvería a lamentarse Max Estrella.
En España, hasta el momento, nos hemos librado de que partidos como este tengan representación en el parlamento español (sí tienen a uno en el de Extremadura). El Partido Popular -la "derecha blandita" y cosas así, la llaman despectivamente- había logrado hasta el momento amortiguar e integrar el golpe de la bota briosa de la extrema derecha en España. La Italia de Salvini ha corrido menos suerte. También va mal la cosa en otros países vecinos. Sin duda estas corrientes de opinión de ultraderecha se propagan más rápido entre gentes impresionables, de poca lectura y mundo, y de escasa educación en valores democráticos. Ello no quiere decir que quienes las alientan sean botarates; saben perfectamente lo que se dicen y hacen. Ya hiede también aquí -la olemos al kilómetro- la nueva vieja ultraderecha. Confío en esta sociedad en la que vivimos. Quizá sea imperfecta, pero no está dispuesta a dar ni un paso atrás.
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